Laporta, en una rueda de prensa
Como si fuera el antiguo Egipto, el cúmulo de plagas que se han cernido sobre el fútbol español no tiene fin. O sobre el deporte en general, dotado de la coraza de un crustáceo para soportar lo que caiga. Al principio fue el dopaje, luego los amaños y ahora la sospecha de la compra arbitral, en volumen acompasado e incrementado. El ruido ya es insoportable. Es el mayor escándalo hasta donde
alcanza la memoria, aunque se intente dibujar un aspecto de normalidad en un episodio bochornoso también para el periodismo.
Parece obvio que el fin que perseguía esta práctica
no era otro que el de influir en el estamento arbitral de una manera permanente. Puede que Enríquez Negreira se otorgase una ínfula de la que carecía, pero no es el logro lo que se está juzgando, que se produjera o no, sino la intención, una acción que para la FIFA, cuyo sistema disciplinario no es como el español y tiene una lista más amplia de sanciones estudiando cada circunstancia, puede ser hasta motivo de descenso. Que la trama se haya perpetuado durante más de 15 años agrava la situación. Como el hecho de que dos de los entrenadores como Valverde y Martino desconocían que existieran. ¿Para qué se hacían entonces?
No esperen nada más que buenas palabras
y un ímpetu verbal desaforado por llegar "hasta las últimas consecuencias" de todos los que pasarán por los micrófonos. Luego no moverán un dedo por limpiar la imagen del fútbol español, que no soporta un gargajo más. Y la gente va a terminar por no creerse esto.
Es un terreno pantanoso.
El Barça, además de un club, supone un símbolo. Es un arma política en un territorio delicado, el pilar de una competición difícil de vender sin la dualidad Madrid-Barça y uno de los apoyos evidentes que tiene Rubiales. Tres alianzas poderosas que valen más que encontrar la verdad.
Tampoco es explicable la generosidad del Madrid
con el Barça en el asunto. Dos clubes que no son capaces de ponerse de acuerdo para un partido amistoso ante cualquier desgracia, pero se alinean en este episodio tan chusco. Igual es un peaje que se quiere cobrar más adelante. En la Superliga, por ejemplo. Vaya socios se ha buscado. Que el otro es la Juventus, el del escándalo de la corrupción en 2006 por la compra arbitral. A éste sí le descendieron. Italia es seria.
No pasará nada. Pero, al menos, debería servir para modificar
la Ley del Deporte. Tiene errores de bulto recién alumbrada. Los tres años de margen para la prescripción de errores graves, periodo ya establecido antes de esa revisión, son muy escasos. Sobre todo para una justicia que tiene la cintura de un rinoceronte.
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