Es indiscutible que el Manchester City es un gran equipo, que domina los partidos con una posesión estratosférica, que somete a sus rivales con una intensidad a duras penas soportable por la mayoría de los rivales. Sin embargo, también es cierto que esa superioridad en el juego no se ve reflejada en la misma medida en el marcador. Al City le cuesta sacar los partidos. Tiene que insistir mucho y generar muchas ocasiones para transformar una. Además, en defensa concede al rival más de los que sería deseable y eso lo acaba pagando, como en el gol de Gvardiol.
En definitiva, este Manchester City no se come a nadie. Es más el aura que acompaña al equipo de Pep Guardiola que lo que se refleja el terreno de juego. En los partidos decisivos de la temporada se ve que el conjunto inglés es un equipo terrenal, con sus virtudes y sus defectos.
Los errores se pagan
El RB Leipzig estaba haciendo un partido casi perfecto, cerrando eficazmente todos los caminos que conducían hasta la portería de Blaswich. Sin embargo, en el minuto 27 ese mecano defensivo se desmoronó por dos graves errores del conjunto alemán. Primero Schlager regaló la pelota a Grealish y seguidamente Gvardiol, obsesionado con evitar que Gündogän se pudiera girar, permitía que pasase el balón para que Mahrez completase el castigo marcando el primero.
Haaland, desaparecido
Haaland se pasó el partido viéndolas venir. Más allá de algún balón aéreo, el delantero noruego apenas tuvo oportunidad de intervenir en el juego. Es verdad que su sola presencia pone en alerta a toda la defensa para intentar contenerlo, pero lo cierto es que Erling se tuvo que aburrir soberanamente. No dispuso de espacios para correr y exhibir su impresionante zancada, ni tampoco de opciones de remate. Para sus compañeros tampoco era la primera opción en ataque y él no hacía mucho por ir a pelar la pelota. En la única que tuvo, su remate fue defectuoso.