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Rubiales dirige la secta a la hoguera

El presidente anunció que seguía en el cargo a pesar del revuelo...
Luis Rubiales habla durante su intervención en la Asamblea.RFEF

El asombro debería tener unos límites. Así no serían necesarias líneas como éstas tras seguir la Asamblea, por llamarla de algún modo, celebrada en Las Rozas, que durante un rato parecía Moscú en los años de las cejas de dos metros de Breznev. Los personajes así nunca defraudan. Luis Rubiales rebobinó hacia el fútbol chusco de los años de verborrea imparable.

Se especulaba por la forma de anunciar la dimisión que iba a escoger Rubiales, quien fue fabricando su carcajada según pasaban las horas. Lo que el presidente preparó fue una pira colectiva, una sesión para abonados a una secta con libre hasta para los familiares. Sin comentarios sobre la decisión de cualquiera de llevar a tus seres más cercanos a semejante disparate.

El realizador estaba compinchado con las oficinas de empleo. Cada aplauso equivalía a una pérdida de puesto de trabajo. Por ahí pasaban en fila, entre otros, Medina Cantalejo, Luis de la Fuente y Jorge Vilda, que han aprovechado sus títulos para 'despedirse'. El protagonista sólo dejó un resquicio al perdón por su actuación en el palco, digna de la última hora de una despedida de soltero infumable. Rubiales se refirió a la cojonera como 'esa parte del cuerpo' antes de ser más rotundo y ya en plan torrentiano emplear el 'ole tus huevos'.

Ya ardía Berlín, con todos los mapas tirados por el suelo, cuando Rubiales simplificó su beso a Jennifer Hermoso como si fuera la culminación de un romance. Fue "espontáneo, mutuo y consentido", así del tirón, como una canción de Shakira. El "me acercó a su cuerpo" provocó colas en los comercios que venden champú anticaspa.

Motril y los autobuses

Sin repartir pastillas de cianuro la ceremonia llegó al éxtasis. Rubiales, ya crecido, como si estuviera abierto de brazos en un jacuzzi del que rebosaba el agua, subió el tono de voz y soltó un triple 'No voy a dimitir', que ya rula por los móviles para diferentes montajes con los que adornar festejos varios. Le faltó una referencia al Tren Valencia para que supiéramos en qué siglo estábamos.

Al presidente le quedaba recitar el código habitual: Tebas, la prensa, la cacería, el amarillismo y Motril, localidad que debería pedir daños y perjuicios. Fue una inmolación histórica. Rubiales concluyó su intervención mientras dejaba el fútbol español en llamas y una pregunta en el aire: ¿por qué guardó el Gobierno tantos meses tantas denuncias?

El final del documental lo rodó Berlanga, al que hay que pedir perdón por incluirle en este aquelarre. Fue cuando para que nadie se extraviara Andreu Camps anunció que para los presentes había autobuses "al aeropuerto, Atocha y Chamartín". No dijo nada de otros planetas.

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