Pelé: 50 años de otro 'no golazo'
Fútbol Internacional El 17 de junio de 1970 rozó el gol ante Uruguay en el Mundial tras un amague legendario

En el calendario del fútbol el mes de junio de 1970 viene pintado de amarillo, con un ribete verde en mangas y cuello y un número 10, el de Pelé. En ese mes O'Rei tenía planificado un largometraje con balón en México con motivo del Mundial.
Para una figura de una dimensión extraordinaria los goles eran un almuerzo habitual. Lo que nadie intuía es que Pelé pasaría a la historia por los 'no goles' de México, un recital grandioso de jugadas que no terminaron en la red, pero que sí concluyeron en los libros y las videotecas.
Todo sucedió en el espacio natural del Estadio Jalisco de Guadalajara, habitual sambódromo de Brasil durante ese Mundial. El recital de obras maestras inacabadas se inició el 3 de junio ante Checoslovaquia. Pelé mandó un cohete desde Copacabana con rumbo a la portería de Viktor, el mito checo. La parábola de casi 60 metros susurró el palo mientras el mundo se llevaba las manos a la cabeza. Brasil ganó 4-1 con un 'no gol' legendario.
Para el 7 de junio estaba fijada la reunión con la campeona del mundo, Inglaterra. En la primera mitad el incontenible Jairzinho llegó a la línea de fondo por la derecha, lanzó un centro preciso y Pelé cabeceó picado hacia los dominios de Gordon Banks, que hizo el chicle, y sacó un guantazo para desviar el balón por encima del larguero. Había nacido la parada del siglo. "Yo metí el gol, pero Gordon Banks lo paró", resumió Pelé. Brasil venció 1-0. El segundo 'no gol' pedía sitio en los archivos y John Huston todavía no pensaba en 'Evasión o victoria'.
Para rubricar la santísima trinidad había que esperar diez días. Las jugarretas del calendario reunían a Brasil y Uruguay por primera vez desde el 'Maracanazo' de 1950. El partido se disputó el 17 de junio y se cumplen 50 años. Más que velas hay que soplar incendios. La jugada entre Pelé y Mazurkiewicz apareció con el partido decidido y el reloj extasiado. Pero antes de la acción la sección de sucesos estaba completa.
Era un partido que llegaba con un cargamento de dinamita. Uruguay había hecho llorar a Pelé cuando tenía nueve años. Tras la catástrofe de Maracaná O'Rei había prometido a su padre que un día le devolvería la alegría.

20 años son pocos para poner una tirita en esa herida. El partido se inició en las jornadas previas con la elección de la sede del encuentro. Uruguay, protegida por la razón, defendía que el partido debía disputarse en el Estadio Azteca, el coloso de la capital mexicana, un refugio donde la altura podía ser un aliado para la batalla física contra un equipo técnico.
Brasil no había salido en todo el Mundial de su sambódromo de Guadalajara y quería evitar como fuera dejar su ciudad fetiche para un partido como el de Uruguay. Los despachos de la FIFA disputaron otro partido de fútbol, se saltaron su calendario previo y dictaron que la sede del encuentro fuese Guadalajara. Brasil había metido su primer gol en las oficinas, territorios en los que Joao Havelange ya iba para primer ministro. Uruguay se lo tomó como una afrenta. MARCA bautizó la decisión como 'Fifada', un término que no caduca por los siglos de los siglos.
Los uruguayos, unos emperadores en manejar el otro fútbol, sabían que la batalla psicológica estaba de su parte. No descuidaron ningún detalle. Fueron tan amables con los brasileños que en el saludo inicial entre los capitanes, Carlos Alberto y Luis Ubina, este entrega al zaguero rival un banderín en el que se recuerda el 'Maracanazo'.
Un árbitro español y un montón de patadas
Como testigo, para que todo constara en acta, el colegiado del encuentro, el español José María Ortiz de Mendibil, el encargado de domar aquel dragón con 22 cabezas. El colegiado, con pedigrí en la época en el fútbol español, alcanzaría una cuota de popularidad inmensa cuando tras dejar el arbitraje se dedicó a comentar las jugadas polémicas de nuestra Liga en la llamada moviola de TVE. Fue el origen de su apodo de 'Don Moviolo', pero antes de eso debía lidiar un morlaco en Guadalajara.
Por un lado, el Brasil de los cinco dieces, Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino, Por el otro, Uruguay, dispuesta a embarrar el césped con un juego no apto para marqueses. En sus filas había jugadores como Montero Castillo, que luego recalaría en el Granada, donde junto a Aguirre Suárez y Fernández se encargó de que nadie quisiera visitar La Alhambra.
La romería de patadas comenzó pronto. Ortiz de Mendibil lo cortaba con faltas, pero sin tarjetas porque era el primer Mundial en el que se utilizaban y no existía una cultura sancionadora de expulsiones. En semejante jungla Uruguay estaba cómoda y más todavía cuando se adelantó en el marcador con un gol de Cubilla. Sobre los brasileños cayeron de golpe todos los demonios de Maracaná más las emboscadas charrúas. Jairzinho declaró hace años en 'Fiebre Maldini' que los uruguayos eran "malísimos y malintencionados".
Brasil no sabía cómo meter mano a aquella telaraña hasta la última jugada de la primera mitad. Un pase de Gerson termina en la bota de Clodoaldo, que iguala el encuentro. Un goleador inesperado, como si fuera Puyol, revolcaba el escenario.
En la segunda mitad, Brasil no pensaba en el infierno y masticó el partido hasta que llegó el gol de Jairzinho. Una estaca en el corazón del rival, malherido hasta que Rivelino sacó la zurda para el 3-1. Tres goles y faltaba el 'no gol'.
Pelé, que un poco harto hasta se había animado a dar un codazo a Fontes, no se iba a marchar así. Con el partido acabado Tostao le manda un pase que le deja solo ante Mazurkiewicz, un gran portero que no triunfaría en el Granada.
Yo salí, Pelé hizo algo excepcional, pero no marcó gol; ese fue mi trabajo siempre, evitar goles"
El amague y la chilena
El '10' de Brasil lo contaba mejor: "Recibí un pase al hueco y, amagando hacia la izquierda, engañé al portero, enviándolo justo al lado opuesto del debido, lejos del balón que continuaba su curso hacia la derecha: listo para, rápidamente, rebasar al arquero y disparar...., pero mi tiro se desvió angustiosamente, de la meta vacía. Al igual que el lejano disparo contra Checoslovaquia, podría haber sido mucho más hermoso si hubiera entrado, y muchas veces sueño con que esos tiros entran y golpean en la red de la portería".
La diablura se narró como el "más magnífico de los amagues". Mazurkiewicz, ya fallecido, lo relataba así:"Yo salí, Pelé hizo algo excepcional, pero no fue gol. A eso me dediqué, a evitar goles".
Para la final ante Italia Pelé se dejó de historias, marcó un gol y terminó como rey del Azteca. Recordó sus 'no goles': "Hubiera preferido no haber hecho ninguna de esas jugadas a cambio de marcar con un disparo de chilena. Es algo personal, realmente sin importancia, pero es lo que siento". Así se expresan los dioses. Los 'no golazos' de Pelé cumplen 50 años.