El Atlético hizo en Mallorca el gol de París. Apenas cuatro días después, y como si se tratara de un déjà vu, Oblak blocó un saque de esquina del rival para ponérsela inmediatamente larga a un intermediario, que a su vez se la hizo llegar al goleador. Los papeles que en Champions fueron para Griezmann y Correa correspondieron en Liga a Giuliano y Julián, conste en acta también que Mojica y Maffeo no anduvieron finos, uno entendiendo que llegaba su compañero, el otro pasándose de frenada, el caso es que un servicio del portero esloveno, en este caso con el pie, volvió a estar en el origen de la diana decisiva.
Simeone se disponía en ese momento a introducir un cambio cuádruple, lo que ofrece pistas sobre el rendimiento que venía ofreciendo su equipo. El diablo está en los detalles, como siempre, porque además Lenglet había flirteado con la expulsión poco antes de ese 0-1. El francés derribó a Larin con una tarjeta en la mochila ya, pero Sánchez Martínez prefirió amonestar a Samu Costa por la consiguiente protesta. Suele pasar. El Atlético aún pudo sentenciar, porque con el Mallorca tocado dispuso de una segunda contra en la que Riquelme optó por jugársela, topando con Greif, antes que asistir a un Correa absolutamente solo.
Arrasate prefirió dos cambios dobles e incluso completar su carrusel con el quinto y último para tirarse con todo a por el empate, pero en realidad, más allá de ese dominio que te concede el Atlético porque sí, apenas gozó de una oportunidad clara... para que Oblak se luciera en la portería que al fin y al cabo defendía. Cortesía de Witsel, resulta que Abdón se quedó mano a mano pero el de las manoplas anduvo vivo. Como ya había andado en el primer acto para sacar un testarazo de Larin que se antojaba inapelable. Jan para todas las cosas, en fin. Jan para sostener a un equipo que sigue de aquella manera.
Podía presumir el Atlético de apenas haber concedido una ocasión al Mallorca hasta el descanso, la citada en el párrafo anterior; podía y debía lamentar el Atlético no haber creado una ocasión en el otro área. Ni una, oiga. Greif estaba en Son Moix como podía haber estado en cualquier otro sitio, porque nadie requería sus servicios. Julián, que era el más adelantado, andaba bastante lejos de allí, qué decir de cualquiera de sus compañeros. Era estampa habitual la de los once jugadores visitantes metidos en su propio campo y allá se las dieran todas.
Se suponía que Simeone había dispuesto un 4-4-2 con un mediocampo más aparente por tratarse de cuatro canteranos que por el rendimiento que pueda ofrecer ahora mismo, pero en lo que a los dibujos de este equipo respecta nunca se agota la capacidad de sorpresa: enseguida se comprobó que Giuliano y Riquelme, teóricos interiores, se convertían en dos más para formar la línea defensiva sin pelota, lo que por otra parte arrastraba hacia atrás la posición de Griezmann para reforzar el desguarnecido mediocampo. Total, que algo parecido a un 6-3-1. Contra el Mallorca, con todo el respeto que por supuesto merece la tropa de Arrasate.
El arranque fue equilibrado, lo que no deja de ser novedad con el Atlético a domicilio por medio. Vapuleado por unos y otros a la que el balón echa a rodar, se supone que eso es lo que buscaba El Cholo esta vez: que no pasara nada. Renunciar a un área a cambio de fortalecer la otra, por resumir. Efectivamente el Mallorca no encontró manera de meter cuchara en el entramado, aunque tampoco puede afirmarse que le fuera la vida en ello. Un colegiado intervencionista como Sánchez Martínez era lo que le faltaba a un partido así: todo eran interrupciones. 46 minutos primero y otros 15 después que resultaron un auténtico bocadillo de piedras. Hasta que Oblak se hizo con aquella pelota aérea. Como si el tiempo no hubiera pasado...
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