El madridismo ha cambiado de residencia a lo largo de esta Champions. Ha estado unas semanas viviendo en el tercer gol de Benzema al PSG, se mudó a la asistencia con el exterior de Modric ante el Chelsea y ahora, a la espera de la final de París, ha fijado su morada en el cabezazo de Rodrygo al City, el instante en el que volvieron a ser inmortales. Es inexplicable, claro que sí, pero tampoco conviene apelar tanto a lo esotérico.
Si dejamos que lo irracional explique todo, ¿dónde está la inteligencia y el análisis?
El Madrid tiene una plantilla con talento y oficio, con puestos clave muy bien cubiertos como el de Courtois (el mejor del mundo). Sus recursos humanos son de perfil bajo. No rehuyen el sudor, el toque de corneta y el trabajo continuo. Tampoco son los reyes en la prensa, porque el relato va por otro lado. Recuerden cuando se decía que el Barça estaba mejor tras el 0-4 o lo de Pep hablando de los mejores equipos de la década, después de las cuatro Champions en cinco años...
Por lo general son humildes y no hay divos, con un líder en la mejor temporada de su carrera que siempre fue gregario, Benzema, y con un gran veterano que corre como un crío para dar ejemplo, Modric; viven aglutinados en torno a las ideas de un entrenador experto, discreto y educado que no quiere sobresalir y que incluso consulta a los veteranos los cambios en una prórroga de semifinales de Champions.
Un hombre natural y agradecido, Ancelotti, que vive feliz por ser entrenador del Madrid, que acumula experiencia de su anterior etapa y que siempre se las apaña para que sus equipos ganen títulos. Nadie le asignó nunca una cátedra, pero puede ser el único con cuatro Champions. Fíjense cómo está el mundo, que desprecia la vieja escuela. Carlo sería el hombre que nos diría a los periodistas que las noticias están en la calle no en las redes sociales. Ancelotti no ha inventado el fútbol, ni va de nada. Quizá por eso no se le tiene tanto en cuenta.
El Madrid tiene muchos madridistas en su plantilla. Lucas Vázquez, Carvajal, Casemiro y Nacho son referentes en la manera de sentir el club. Eso se mastica en el vestuario, se mama. Por ahí, el equipo blanco tiene unos maestros a la hora de contar cómo es su club. El equipo de Ancelotti está también preparado para los grandes desafíos físicos: juega con muchos jóvenes (Rodrygo, Vinicius, Valverde, Camavinga, Militao, Ceballos, Asensio, por citar los habituales) con hambre de gloria y con piernas para las prórrogas y arreones, y tiene un preparador top, Pintus.
Su estado de ánimo es fantástico porque su dinámica de resultados es espléndida y el fútbol se juega con los pies, con la cabeza y con el corazón. Es decir, el Madrid, pequeño durante ratos ante el City, Chelsea (en el Bernabéu) y PSG, está preparado para que broten estas gestas porque tiene argumentos y ocurra lo que ocurra en los partidos no se ausenta, siempre compite y ahora mismo se considera invencible. Esto no es tan paranormal.
Luego está el Bernabéu.
Hay unos hilos de acero entre las férreas convicciones de los aficionados del Madrid y lo que le llega a su equipo en las noches mágicas de la Champions. Una transmisión que envidiaría el Doctor Strange, difícil de entender, pero real. En ese contexto, los hinchas del Madrid, incluso los que se van antes, creen en los imposibles de tal manera que el pasado miércoles después de marcar el 1-1, la megafonía anunció seis minutos de prolongación y aquella circunstancia de apuro se celebró como un gol. Porque fue en ese instante cuando el Bernabéu puso el pulgar para abajo. El City se sabía sentenciado y el Madrid ganador. Courtois sacó de fondo y el resto es historia. Rodrygo marcó el segundo y pudo anotar el tercero sin llegar a la prórroga. No se sabe si eso es estilo, adn, genética, espíritu o brujería, pero seguramente sea la única manera de reconocer al Madrid, el 'equipo inferior' que hace historia en seis minutos. Y sin 'jugar bien'...