SEVILLA FC

Sevilla FC

Nadie la querrá como el Sevilla, nadie

Séptima final para el club de Nervión, en otra noche histórica frente a la Juve

Rakitic festeja con la grada el pase a la final de la Europa League.
Rakitic festeja con la grada el pase a la final de la Europa League.AP

"Aquí estamos otra vez...". Volvemos al cántico mágico que acompaña al sevillismo en esta histórica Europa League. No es Elegance, pero se le acerca. Cántico de emoción. De alegría. De festejo y ánimo. De los amigos de la peña. De los abuelos y los nietos. De esa banda colorá "con el corazón...". Con las gradas temblando y los jugadores saltando al ritmo que marca su afición. Otra vez está el Sevilla en una final europea. En el año donde (con razón) se puso el grito en el cielo ante la dramática situación del equipo, se ha vuelto a gritar hacia esos nubarrones que quisieron empañar la fiesta del sevillismo. El grito no ha sido ahogado, sino de felicidad completa. De romper esa barrera mental que a veces impide disfrutar plenamente de lo alcanzado. La costumbre en el éxito pervierte la realidad, la corrompe. Cuántos clubes darían un brazo por asomarse a un partido como el que disputó el Sevilla ante la Juventus. No hablo ni siquiera de alcanzar la final o tocar la preciada plata. Se ha hecho costumbre y no por ello es menos histórico. Más si cabe. Cuanto más lo repita, más compleja será la gesta. Se disfrutó y sufrió (es parte fundamental de la alegría final) como no se recordaba en Nervión. Porque ha tenido que padecer verdaderamente el aficionado durante muchos meses, con un temor real a los fantasmas incluso del descenso, para que ahora su corazón se esté rebosante de ese agradecimiento que pocos alcanzan a entender. No fue felicidad, sino un sentimiento agradecido. Al esfuerzo de unos jugadores, que pelearon por regar de felicidad al sevillismo. Badé medio lesionado, Ocampos tocado y Suso, hasta las manillas de alubias mágicas; a un entrenador que se ha ganado, como mínimo, el respeto del fútbol europeo y el amor incondicional del aficionado sevillista. Cuando uno es de verdad, dice la verdad y va de verdad, sólo queda aplaudirle (y agradecerle); a un club que no se ha descompuesto. Ha reconocido sus errores, ha rectificado (finalmente a tiempo) y ha encontrado nuevamente el camino de la felicidad para los suyos. Y a la grada. También el sevillista está agradecido a él mismo y a los que vistieron de rojo pasión como él. La atmósfera de Nervión es inigualable. La memoria guardará este camino europeo para siempre.

Agradecido y sufrido. Una felicidad siempre mezclada con el alivio de una noche que parecía no tener fin. Tantas horas deseando la llegada de un encuentro, con un engorilamiento rayando los enfermizo, para que la vuelta ante la Juve tuviese la mayor dosis de dramatismo posible para todo aquel que se vistió con el otro color de su escudo por las calles de Sevilla. Si difícil de digerir es la derrota, no menos lo es la victoria, por contradictorio que pueda parecer. Ese nudo en el estómago no lo libera ni el pitido final del colegiado. Después de la angustia sólo existe liberación, para que, con el paso de las horas, la sonrisa acompañe al sevillista durante los próximos días. Serán fáciles de reconocer en el supermercado, la puerta del colegio o echando gasolina. Su equipo les ha regalado otra final. La leyenda del Sevilla sigue creciendo, junto a la de sus propias estrellas. El abrazo de Rakitic y Jesús Navas con lágrimas en los ojos, inmortalizado por el propio club, debería adornar los salvapantallas de la mitad de las oficinas de la capital de Andalucía. Ver llorar a un profesional, al igual que en su momento pude comprobarlo (de los pocos) en Colonia con el título de la pandemia, posibilita que la magia del Sevilla en Europa se pueda medio explicar. Porque la razón es esquiva a la hora de profundizar sobre el secreto de un club que ha convertido lo extraordinario en cotidiano; lo sublime en cercano; la felicidad en costumbre. Que su capitán no pueda articular palabra porque se le sale el corazón por la boca de la emoción... Ahí radica el verdadero secreto del Sevilla. En el amor a unos colores. En la devoción en el trabajo diario y, sobre todo, en que nadie le haya parado nunca los pies. No se ha dejado. Los límites no existen. El éxito está para quien crea verdaderamente en él. No hay quien crea tanto como este Sevilla. 'Nadie la quiere como nosotros'. Nadie, pero nadie, nadie, querrá jamás a la Europa League como lo hace el Sevilla. El amor incondicional no es un beso de buenas noches. Es respetar la competición cuando realmente te importaba más salvar el culo en Liga. Es arriesgar una lesión importante por defender la camiseta. Es pegarse viajes de tres días por animar desde una grada fría y extraña. Es estar convencido de que el destino quiere volver a juntarte con ella. Le ha citado en Budapest. Y el Sevilla no faltará a su cita.

Y queda hablar del legado. De ese que deja el Sevilla y los que ocupan y ocuparon su grada. Se ha recordado en estos días las noches históricas en Nervión. De cómo en esta edición de la Europa League se ha apretado más que nunca desde el público. Cómo ha botado todo un estadio y ha levantado a su equipo cuando más lo necesitaba. Porque en esa enseñanza generacional también se esconde el secreto de un campeón eterno. Cuántos miraron al cielo con el pitido final. Un abrazo infinito para ese que le metió el bendito veneno en el alma y al que la vida le privó de esos momentos de felicidad. Al que se le pide cuando un resultado va en contra y aparece su imagen en la mente al echar un ojo al escudo de la camiseta o la bufanda. El que posibilitó que hoy, el pequeño de la casa, amanezca con una sonrisa en los labios (y cara de sueño) recordando su primera gran noche de sevillismo. Sin duda alguna, el legado es lo que mantiene este sueño llamado fútbol. Budapest es una parada más en la tremenda historia del Sevilla. Una pica más en la leyenda de un club que ha construido su historia con el orgullo de pertenencia, para darle brillo en el presente con la preciada plata de los campeones. Hizo suya las seis anteriores. Hermanas tiene la de Hungría para no sentirse sola. Y el 31 de mayo no está aún glorificado en el calendario sevillista. Empezó el curso con el cachondeo de "esto sólo se puede ver aquí" cuando el presidente acompañaba a los fichajes junto a los títulos europeos en el museo del Sevilla. Para prolongarlo con la mofa fuera de las fronteras del barrio de Nervión con el "vamos a cantar el himno" de Monchi en Almería. Queda feo decir que quien ríe o se sonríe el último lo hace de mejor manera. No es ni debe ser el estilo del Sevilla. El tiempo pone a cada uno en su lugar. Y el sevillismo ha hecho un pacto con el tiempo para que su felicidad, simplemente por el hecho de animar a su equipo en el Sánchez-Pizjuán, sea eterna. Es su manicomio y ahí siempre será el Rey. Las gestas europeas están llenas de ese amor incondicional. Verdadero. Desde la cuna. Nadie la querrá como el Sevilla. Nadie.

Opinión"The special one contra the normal one"