La geopolítica siempre determina el medallero olímpico. El denominador común que une a 10 de los primeros 11 países en la tabla de París 2024 es que son los países con más peso económico (y político en muchos casos) del planeta. La excepción, a cambio de no incluir a India, es Países Bajos, cuya política de excelencia -implanteable en España-, que deja fuera a deportistas que ha logrado la plaza si no tiene opciones de finalista, ha plasmado un sistema deportivo contemplado como una gran empresa privada. Aplicable a un país, sin tensiones provinciales, de 17 millones de habitantes, que es dos veces y media inferior a nuestro país.
También interesante, e igualmente irrealizable, es el caso de Nueva Zelanda, en el puesto 12, país dotado de una estructura transversal de entrenadores que comparten conocimiento tanto interpares como con los de su comunidad geográfica, al que hay que añadir los primeros frutos de un plan a 12 años (2020-2032) de política deportiva nacional con su simple visión de que todos sus ciudadanos sean activos. En ambas excepciones, no obstante, el retroceso fue sensible.
España acaba con 18 medallas, una más que en Río 2016 y Tokio 2020 -e igual que en Londres 2012 antes de las dos medallas reasignadas- y en decimoquinta posición en el medallero. Sin casualidades, es el mismo puesto que ocupa en los volúmenes de productos interiores brutos en el planeta. Visto así está en sus números. Pero las expectativas, basadas en números reales, no en sensaciones alejan cualquier tipo de euforia. El resultado, por las expectativas, es malo.
En 2023 se lograron 63 medallas en campeonatos del mundo y de Europa, cuando en vísperas de otros Juegos recientes el número apenas llegaba a los 40. Eso provocó que analistas y dirigentes coincidieran en la posibilidad de alcanzar Barcelona. No se logró para seguir en la tónica de 18 medallas como si el deporte español estuviese estancado.
Con LaLiga de fútbol como motor económico, aportando 113 millones al Consejo Superior de Deportes a través de los fondos de solidaridad, la novedad en este ciclo ha sido la creación del Team Spain, un programa de alta cualificación que ha pretendido incrementar los detalles que separan a los deportistas españoles de las potencias.
El equipo de Carolina Marín -por la necesidad de contratar sparrings asiáticos y mantenerlos en periodos largos- y otros métodos sofisticados que sugirió Fernando Rivas, su entrenador, introducción de algoritmos, inteligencia artificial, big data encabeza la lista de las inversiones. En el análisis, a pesar de la lesión de la deportista, el resultado ha de evaluarse como si fuera una medalla. Lo tenía hecho antes del destrozo en la pierna. Y en la final habían trabajado en un plan exclusivo para batir a la coreana.
También el timón antialgas del K-4 masculino de piragüismo fue otra inversión de este plan que el Consejo Superior de Deportes ideó y que la demora de Pedro Sánchez en prorrogar los presupuestos provocó un retraso en que llegasen a las federaciones. Se subsanó con créditos, cuyos intereses corren a cargo de los interesados. En total se han invertido unos 409 millones para la preparación deportiva de las federaciones olímpicas en una casa que ha tenido tres secretarios de Estado distintos en este ciclo. Y todos fueron puestos de rebote, sin conocimientos más allá de un simple aficionado. Incluso en una decisión caprichosa de Víctor Francos se cambió al subdirector de alta competición del CSD a mitad del ejercicio.
Con 393 participantes, 190 hombres y 193 mujeres -un avance-, de los que 150 son de deportes de equipo, lo que, más el añadido por parejas, reduce las posibilidades objetivas de medallas a unas 220, España ha cosechado, además de los 18 metales, 51 diplomas -puestos del cuarto al octavo-, con nueve cuartos puestos. El análisis requiere profundidad, pero a priori hay campos de buena cosecha en algunos deportes. Especialmente en el atletismo, donde se acabó quintos en el medallero del sector, mejor que nunca, por delante de potencias como Jamaica, Etiopía y Gran Bretaña. También el boxeo, con las medallas de Ayoub y Pérez Pla, que encarnan la nueva y enriquecida realidad española. Por debajo de lo que ha habido otros como piragüismo y taekwondo, donde se presuponían muchas más opciones. Hay casos crónicos y de difícil explicación como la natación en piscina. A esa federación le salvaron las medallas de la artística -críticas con el comportamiento de la Federación- y el gran oro del waterpolo femenino y el soberbio crecimiento en los saltos de trampolín con 88 licencias, que caben en un autobús articulado.
Y, también, afecta en el estudio que, a excepción de Carlos Alcaraz, Saúl Craviotto y el fútbol masculino, las estrellas que conocía todo el personal de carrerilla, los que identifican de inmediato con los aros olímpicos, se han ido de vacío.
El batacazo emocional es indiscutible. España estaba capacitada para superar el techo y lo podía haber hecho con cierta holgura. "En el deporte no hay suerte", dicen en el CSD. "Pero sí mala suerte. Y esta vez la ha habido". Ahora, unos días, se cuestionará el modelo, se pedirán dimisiones, el sistema representativo federativo, comenzarán las comparativas con los países del entorno y otra guerra civil social entre los de "yo ya lo avisé" y los analistas que creían que por fin se plasmaría el trabajo. Durará una semana hasta que el futbol opaque todo hasta el extrarradio de Los Ángeles 2028.
Desorientado el aficionado por una mezcla que cada vez casa peor, pues el Comité Olímpico Español es la imagen olímpica, no el CSD -ya se lo ha recordado Thomas Bach a Pilar Alegría-, pero no tiene competencias ni en los fondos ni en las decisiones importantes, el discurso pesimista de "nada va a cambiar" quedará instalado. Sin embargo y, aunque ha fallado en su primera vez, el plan no parece malo. Porque haya sido un fiasco a la primera, no significa que se perpetúen los errores en el tiempo. Después de 32 años que han pasado desde Barcelona entre inercias, hasta Sidney, y un tono menor, hasta ahora, esperar otros cuatro no parece largo.
El Team Spain, creado para añadir excelencia al trabajo de las federaciones -entes privados y ante los que el CSD no puede intervenir-, es lo que entierra lo del "café para todos". Se echa de menos mucha más transversalidad, lo que hace grandes a modelos como Australia y Países Bajos, pero es una buena herramienta para perfeccionar el dia a día de las federaciones. Dinero en este ciclo ha habido y tampoco parece lógico acudir a ver los bolsillos de los países del entorno. Seguramente sea más necesario invertir en otros campos como Educación o Sanidad, que en dos semanas cada cuatro años.