Andate p'allá, Karim. Más o menos es lo que ha venido a decirle este personaje sin igual llamado Didier Deschamps que está a un solo partido de convertirse en alguien único en el concierto internacional: ser dos veces campeón del mundo como entrenador, una como jugador, y no ser aceptado por la gran crítica por su forma de entender el fútbol.
El caso es que Deschamps ha conseguido demostrar un imposible: que te sobre en tu equipo y en tu convocatoria un Balón de Oro lo que nos hace pensar dos cosas tan contrarias como complementarias. Puedes ser individualmente el mejor y no ser imprescindible dentro de un colectivo que se maneja con parámetros opuestos a tus características y que podría ser Francia campeona del mundo sin jugar la final del domingo si fuese capaz de integrar al mejor según ha votado el mundo del fútbol entre los que se encuentran buena parte de sus colegas. Pero Macron, tal y como ha adelantado en Marca Pablo Polo, no entiende de legados, ni de gestión de grupos ni de códigos de vestuarios. Entiende de imagen pública, de gestos que afiancen su popularidad y de todo aquello que pueda ser bueno para la cohesión de su país, un país con una selección en la que caben muchas nacionalidades bajo una misma camiseta azul.
A Macron le cabe en su chárter a Doha Karim Benzema que no parece muy decidido a subirse a ese vuelo. También cabe Nkunku, y Kimpembe, y Lucas, y Kanté, y Pogba y quizá alguno más que se haya ganado por pleno derecho el formar parte un grupo al borde del bicampeonato superando con creces a la generación de Zidane y el propio Deschamps que está a punto de conseguir, ahora que lo pienso, otra cosa increíble más: que la política está más a la altura de los acontecimientos que el fútbol.