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Valverde, Ernesto, no confundir con Federico, uno de los capitanes del Real Madrid, vuelve a Jeddah a disputar una Supercopa de España. Lo hace como campeón de Copa del Rey y rinde cuentas en la primera semifinal ante el Barcelona que en poco se parece al equipo que dirigía cuando pisó territorio árabe por primera vez. Eran tiempos de liderato liguero para los azulgranas que aterrizaban en la segunda urbe saudí tras un incómodo empate en Cornellá en el derbi catalán.
Por aquella época, año 2020 recién estrenado, ya había runrún que acabó por convertirse en antesala de noticia gorda: el Txingurri fue destituido a la vuelta en El Prat y no alcanzó ni la primavera. La mochila de la desilusión estaba llena después del famoso córner en Anfield con Origi rematando la picardía de Alexander Arnold, futbolista de vigente actualidad. También estaba lo de Manolas en Roma, dos grandes decepciones europeas que enseñaron el declive y que impidieron que se mirase con los buenos ojos que se merecía quien firma hoy un Athletic de autor como hacía años que no se veía por el Bocho.
A Valverde le dieron matarile y le suplieron por Setién porque Xavi, en su refugio qatarí le dijo a Bartomeu que por donde había llegado podía ir volviendo a la Ciudad Condal. Lo de Setién acabó peor todavía con los 8 del Bayern en la Lisboa de la pandemia acelerando la desintegración de una entidad a la que ya solo le falta un tipo Rubí para que crezcan más enanos. Hoy, en la previa, le preguntarán por aquello, una puerta cerrada que acabó abriendo una ventana maravillosa con vistas a la gabarra. Cero rencores, porque Valverde se escribe con v de valors, los que le faltaron al Barça tras aquella semifinal perdida frente al Atlético del Cholo.
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