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En ningún momento hubo partido.En ningún momento hubo final.
Desde el primer minuto hasta el último, el París Saint-Germain de Luis Enrique elevó el listón de exigencia hasta una altura a la que el Inter de Simone Inzaghi no pudo ni acercarse.
Fue como ver un concurso de Armand Duplantis en el que al final sólo termina importando en qué altura exacta termina dejando su récord.
El repaso, el baño, acabó con un 5-0 que desde luego entra de forma directa y brillante en los anales de la historia de la Champions como una de las mayores exhibiciones que se han visto en una final.
Es verdad que el equipo italiano llegaba mal tras perder el Scudetto ante el Napoli. Pero también llegó mal a las semifinales y, pese a tramos en los que fue superado por el Barça, consiguió colarse en la final tras marcar siete goles.
Con esto quiero decir que hubo mucho de demérito del Inter de Milán, por supuesto. Su falta de alternativas a la presión alta parisina, su nula reacción tras el descanso y la falta de rebeldía individual fueron impactantes.
Salvo en el balón parado, el Inter no compareció. Pero es que precisamente en todo esto creo que tiene mucho que ver todo lo que hizo bien el París Saint-Germain.
No creo en los milagros, pero sí creo en Luis Enrique
El PSG no le dio ni una sola opción al Inter. Lo arrinconó contra las cuerdas con su presión alta durante los primeros compases del partido y no le dio ni un segundo de tregua para que se escapase. No hubo misericordia alguna.
La resurrección de Dembélé
La imagen deOusmane Dembélé, con la mirada fija en Yann Sommer para ir a presionarle en el momento en que sacara el balón jugado, para mí lo dice todo. El PSG ya tenía la final ganada. El Inter no tenía ya nada que hacer. Pero a Dembélé eso le daba igual.
De ese tipo que en otra vida fue adicto a los despistes, hasta el punto de que el Barcelona tuvo que ponerle una persona para que le despertara por las mañanas, ya no queda nada.Igual que tampoco queda nada de ese extremo del que yo mismo decía que era el mejor ejemplo de la diferencia entre el fútbol real y el FIFA. Ahora Ousmane Dembélé es un tipo responsable, que compite hasta la extenuación, que interpreta el juego de maravilla y que es capaz de jugar para el resto sin por eso restarle brillo individual.
La transformación es increíble. Pero como yo no creo en los milagros y sí creo en Luis Enrique, creo que tiene explicación.Por un lado hay un proceso, tanto personal del propio Dembélé como colectivo del PSG. Ambos han aprendido de sus errores. Han sido conscientes de por qué estaban perdiendo. Y, lo más importante, han querido y buscado cambiar.
Sin la voluntad de cambio no hay nada. Es imprescindible.Una vez ésta existe, necesitas claro a alguien como Luis Enrique para que construya un equipo de autor sobre un cementerio de grandes estrellas. Para que convierta a un jugador disperso, de grandes condiciones pero nulo sentido del juego, en un líder tanto emocional como futbolístico.
Dembélé es la representación de un cambio mayor a nivel de institución. Luis Enrique ha transformado para siempre al PSG, porque sobre esta victoria el París buscará construir sus éxitos futuros.
Luis Enrique ha sido Mourinho en el Chelsea o Guardiola en el Manchester City: ese entrenador que no sólo le da su primera Champions, sino que además lo hace regalándole su identidad a un club que no tenía.
Veremos lo que está por llegar para un equipo que ya sabe lo que es ganar y cuya media de edad es de 24 años, pero me parece evidente que el pasado sábado el París Saint-Germain ganó algo más que una Champions. Porque, en su banquillo, tiene algo más que un entrenador.
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