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La calle de Madrid que tiene una historia macabra que pocos conocen

Se encuentra en el casco antiguo de la capital española

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"Más bonita que ninguna, ponía a la peña de pie…", dirían 'algunos'. Y la verdad es que pasear por las calles de Madrid es perderse por sus rincones encantadores y edificios de lo más sugestivos. Caminar por la capital de España es un deleite tanto para turistas como para los mismos ciudadanos. Sin embargo, más allá de las atracciones más conocidas, también hay lugares menos famosos que conservan su belleza y, en algunas ocasiones, esconden historias muy curiosas.

Uno de los barrios más sugestivos y pintorescos de la ciudad es el Madrid de los Austrias, una zona central de la capital que se desarrolló entre los reinados de Carlos I y Carlos II. Se trata de una de las partes más antiguas y, si bien carece de una delimitación turística precisa, comprende las calles: Arenal, Mayor, Segovia, Bailén o Toledo. Además, también incluye la Plaza Mayor, la de la Cebada o la Plaza de la Villa.

Además de los mencionados límites, algunas calles del Madrid de los Austrias conservan historias muy curiosas. Entre ellas, la Calle del Codo, más conocida por sus relatos de crímenes.

Las leyendas de la Calle del Codo, en el Madrid de los Austrias

Se trata de un callejón, estrecho y castizo, que tiene la forma de una 'L' y conecta la Plaza de la Villa y la Plaza del Conde de Miranda. Su aspecto recuerda a un brazo doblado, o un codo, y de ahí el nombre. No es muy larga, apenas mide 75 metros, pero es famosa por algunas leyendas.


La calle de Madrid que tiene una historia macabra que pocos conocen

Se cuenta que pasó a la historia por ser el lugar en el que solían enfrentarse los caballeros con sus espadas por ser una calle oscura, en la que apenas se ve la luz del sol por la altura de sus edificios. Sin embargo, hay otra leyenda, aún más curiosa, relacionada con Francisco de Quevedo.

El escritor español del Siglo de Oro solía acudir a esta calle a orinar. Al parecer, tras terminar su ronda por las tabernas de la zona, Quevedo se paraba a hacer sus necesidades en la misma tapia, algo que acabó enfadando a uno de los vecinos, quien pintó una cruz y escribió: “No se mea donde hay una cruz”. Según la leyenda, el escritor quiso contestar con otra frase: “No se coloca una cruz donde se mea”.

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