Con el cuarto título copero en el zurrón y apenas dos semanas después del nirvana europeo ante el mítico Gummersbach, otra competición y otro equipo alemán aparecían en el horizonte del Calpisa. Casi sin tiempo para celebraciones después de ganar la Copa del Rey y la Recopa, los alicantinos se iban a medir al TV Grosswallstadt, con la Supercopa europea en juego. En el conjunto teutón, hoy malviviendo en la Bundesliga 2, militaban jugadores como Hofmann, Klenk o Meisinger. Todo hacía presagiar que iban a ser un hueso muy duro que los de Pitiu Rochel no fueron capaces de roer. En un partido muy duro, con defensas muy férreas -especialmente la alemana, que rozaba los límites de la legalidad- y en el que brillaron las porterías, el Grosswallstadt acabó imponiendo su mayor experiencia en la élite y se llevó el gato al agua en Munich. 19 goles a 15 y la Supercopa se quedaba en el país del balonmano.
EL TRIENIO DE LOS RECORTES (1980-1983)
Contra lo que se pudiera pensar, las tres primeras campañas siguientes a la consecución de la Recopa de Europa estuvieron marcadas por los problemas económicos. En la 80-81, la empresa inmobiliaria Calpisa redujo de forma considerable su aportación presupuestaria y esto se notó, tanto en la plantilla como en los resultados. La marcha de jugadores clave como Albisu, Novoa, De Miguel o Melo hizo que se resintiera mucho el equipo. Aún así, los blanquiazules todavía mantenían el tipo: terceros en Liga, semifinalistas en Copa y cuartofinalistas en la Recopa (de nuevo y para no perder la costumbre, eliminados por el futuro campeón de la competición, el TUS Nettelstedt alemán).
Al año siguiente, sin competición europea que jugar y con la crisis económica enquistada, el presidente Andrés Muñoz llegó a un acuerdo con el Hércules Club de Fútbol para que este crease una sección de balonmano y absorbiera al equipo con la denominación de Hércules Calpisa. En principio, no era un mal movimiento pero eran dos clubes que, mitad sin saberlo y mitad sin quererlo asumir, estaban entrando en declive (el Hércules acabó descendiendo a Segunda División ese año tras ocho temporadas seguidas en Primera). Es por esto que no sorprendiera a casi nadie que el acuerdo durase sólo ese curso, en el que el club no pasó de los cuartos de final en Copa y finalizó sexto en Liga. Demasiado poco para un equipo que había hecho del éxito rutina...
La temporada posterior, la 82-83, trajo muchas novedades y muy pocas alegrías. La entidad tenía nuevo patrocinador y, de rebote, nuevo presidente y nuevo nombre. Adiós a Andrés Muñoz y a Calpisa; hola a Antonio Alcalá de Vargas y Tecnisa. Así mismo, el éxodo de jugadores no se cortaba y, tras la marcha de Javier Cabanas al Barça, sólo quedaban cuatro jugadores del equipo que, sólo tres años antes, se había proclamado campeón de la Recopa: Santos Labaca, el pivote Poli, Mazorra y Cascallana. Con esta sinopsis, había pocas dudas de que la película no iba a ser muy buena que dijéramos. Y no lo fue: el Tecnisa terminó octavo en División de Honor -su peor clasificación desde 1971- y volvió a quedarse en los cuartos de final de la Copa del Rey.
LA BALCANIZACIÓN, EL ASTERISCO Y EL PRINCIPIO DEL FIN
Tras haber tocado fondo, Alcalá de Vargas lo tenía claro: el Tecnisa 2.0 tenía que ser lo más parecido posible a lo que había sido el Calpisa. Para ello, en las dos siguientes temporadas, hizo una inversión muy importante y se puso manos a la obra. Llegaron en la 83-84 los entonces yugoslavos Krivokapic y Grubic, el portero Rosell y, lo más importante, se produjo el regreso de dos de los “Calpisa Boys”, Mario Hernández y Novoa. En el banquillo también hubo una importante novedad: Pitiu Rochel pasaba a ser de nuevo segundo entrenador, dejando su sitio a otro balcánico, Slobodan Cicanovic.
Se esperaba que todas estas novedades supusieran, como mínimo, un cambio de tendencia. Fue un año raro, con un extraño cambio de Cicanovic por Pitiu de por medio cuando el equipo marchaba en los puestos altos de la tabla, pero lo cierto es que el Tecnisa volvió a ser un conjunto muy competitivo y esto se acabó reflejando en un excelente tercer puesto final y la clasificación de nuevo para una competición europea. La siguiente temporada, la 84-85, vino con muy pocos fichajes (el único significativo fue Radovanovic) y con la retirada de dos mitos, Santos Labaca y Cascallana. Además de esto, Pitiu Rochel dejaba el banquillo y ponía punto y final a casi un cuarto de siglo en el club. Para sustituirlo, Alcalá recurría a un técnico muy joven, sin apenas experiencia: José Julio Espina. Demasiados peros, si bien, contrariamente a lo esperado, el equipo rindió muy bien y realizó una campaña más que digna: tercero de nuevo en la Liga y semifinalista de Copa (derrotado por el Atlético de Madrid) y de la Copa IHF (eliminado por el Zaporiyia de la extinta URSS).
LA VUELTA DE LOS HIJOS PRÓDIGOS
No es ningún secreto que, hoy en día, la presencia del factor sentimental en el deporte es inversamente proporcional a su profesionalización. Pero por amor todavía hay quien muere o regresa al lugar en el que fue feliz (o en el que empezó). Y más aún a mediados de los ochenta y en el balonmano, que aún tenía cierta aura amateur. Era la temporada 85-86 y Antonio Alcalá apostó fuerte por traer de vuelta a tres iconos del club: Juan Francisco Muñoz Melo, Javier Cabanas y Juan Pedro De Miguel. Con este “regreso del hijo pródigo” por partida triple y el fichaje del joven y prometedor lateral Juan Alemany, el estatus del Tecnisán -nuevo nombre del club- cambiaba automáticamente. Además de en los jugadores, Alcalá también apeló al aspecto emocional en la elección del míster: Santos Labaca. Con el histórico exjugador del Calpisa al mando, los alicantinos acabaron segundos de su grupo en la primera fase de la División de Honor. Sin embargo, la concatenación de varios resultados negativos en la segunda fase, unida a la nula experiencia del técnico en la élite, desembocó en su cese y en el nombramiento de un entrenador más experimentado como César Argilés.
La llegada del valenciano al banquillo del entonces llamado Pabellón Central cambió la mentalidad y dotó de mayor personalidad a un conjunto que se volvía frágil en los momentos de la verdad. Los blanquiazules notaron casi desde el principio su impronta y, aunque no se llegase a reflejar del todo en el final de la Liga (el Tecnisán acabó quinto), sí supuso una perfecta puesta a punto para los dos competiciones coperas. En la europea (de nuevo jugaron la IHF), los alicantinos eliminaron en primera ronda al Stella Saint-Maur francés y en cuartos se deshicieron de los daneses del Virum HK. Ya en semifinales los de Argilés dieron buena cuenta del Lugi Lund sueco, al que ganaron en ambos partidos. En la final esperaba el Raba ETO Györ. El club húngaro no tenía un gran palmarés pero era el representante de un balonmano, el magiar, que había que respetar y mucho. Dicho de otro modo, había muchas esperanzas en traer la Copa IHF a Alicante pero también algunas reservas. Reservas que, lamentablemente, acabaron por confirmarse. Ya en la ida, el Raba ETO aprovechó el mal partido de los alicantinos y ganó 23-17 en Györ. Había que ganar por más de seis goles en la vuelta.
Justo una semana después llegaba el día “D”. El Central registraba un lleno total y la atmósfera era espectacular. La terreta volvía a rezumar balonmano, el ambiente era de partido grande. Todo parecía listo para una remontada “made in Hollywood” pero el balonmano alicantino llevaba tiempo sin estar abonado a los finales felices. El equipo ya no tenía el punch ni la serenidad de la época del Calpisa y, como no podía ser de otro modo, esto se acabó notando en el último cuarto de hora de la final. Aún así, el Tecnisán, consiguió la (insuficiente) victoria por 24-20 en un gran encuentro, muy emocionante. Los alicantinos se quedaron a sólo dos goles de lograr la gesta. No había podido ser en Europa pero aún quedaba España y la Copa de S.M. El Rey. Al igual que en la Liga, el formato copero había cambiado. Aquella temporada y al no acabar entre los cuatro mejores de la Liga Regular, al Tecnisán le esperaba un camino farragoso en la Copa. Primero de todo tenía que superar una primera liguilla de octavos, en la que se enfrentó al Michelín de Valladolid, al Teka de Santander y al Tenerife Tres de Mayo.
Tras conseguir la clasificación para cuartos, el siguiente paso consistía en un triangular con el Bidasoa y el Barcelona. Pasaban dos a semifinales y los vascos fueron los que se quedaron en el camino. El Tecnisán ya estaba en las semifinales -que se disputaban bajo el formato de Final Four- donde se iba a encontrar con el Granollers. En la penúltima ronda, los vallesanos tampoco fueron rival y cayeron 24-16 ante los Melo, Cabanas, Alemany y compañía. La final Barcelona-Tecnisán ya era un hecho. El encuentro se iba a jugar en el Palau Blaugrana y, por ende, los azulgrana eran claramente favoritos. Sin embargo, en uno de los mejores partidos de su historia (y esto es mucho decir porque ha habido muchos muy buenos), el Tecnisán silenció al Palau y venció 26-28. La Copa del Rey volaba hacia El Altet. El balonmano alicantino volvía a hacer historia...
El deporte alicantino siempre se ha caracterizado, entre otras muchas cosas, por ser un experto en suicidarse. Fútbol, baloncesto… cuanto más y mejores expectativas hay, más probable que pase algo que dinamite en mil pedazos cualquier gran proyecto. El balonmano, obviamente, no iba a ser distinto. Las dos temporadas posteriores al último título se caracterizaron por los apuros económicos y por una progresiva y acelerada pérdida de potencial. No obstante, en la campaña 86-87, los de Ivo Munitic -técnico que había sustituido a César Argilés- acabaron terceros en Liga y llegaron a Cuartos de final tanto en la Copa del Rey como en la Recopa de Europa. Sin duda, no fue para nada un mal curso. Y es que, aunque cualquier parecido con aquel invencible Calpisa era mera coincidencia, los alicantinos continuaban en la élite.
Pero como si fuese verdad aquello de “si algo puede salir mal, saldrá mal”, todo iba a cambiar apenas unos meses después. Y cómo no, para mal. Para muy mal. Y eso que el equipo de Munitic empezó siendo líder en División de Honor tras ganar los tres primeros partidos de Liga. Sin embargo, la lesión de larga duración del croata Nikola Milos y la “espantá” de Stojan Sumej fueron el preámbulo de un año terriblemente convulso. Sumej, fichado como jugador franquicia, abandonó Alicante tras sólo tres partidos, acusando al club de haber engañado con sus emolumentos. Por si esto fuera poco, el técnico Ivo Munitic, que itió serias desavenencias con sus jugadores, dimitió a falta de ocho jornadas para la conclusión del Campeonato. Al final, novenos en Liga, con lo que se quedaron sin jugar la Copa del Rey (por primera vez desde 1970) y un porvenir que no invitaba precisamente al optimismo. La Ley de Murphy pasaba factura… por primera vez.
EL ADIÓS DEL HELADOS ALACANT DEJA ALICANTE HELADA
Al mal año deportivo, siguió la incertidumbre provocada por el fin del patrocinio de Tecnisán. Sin sponsor y con una crisis económica que aumentaba día a día, el club vivió una desbandada general: Alemany, Melo, Cabanas, Javaloyes, Bartual, Cañadilla, Lopez Coloma y Poli -este último retirado- abandonaban el equipo ante los nubarrones negros que se ceñían sobre la entidad alicantina. Con el equipo al borde de la desaparición y con la temporada 88-89 a punto de iniciarse, se produjo el regreso a la presidencia de Andrés Muñoz y la llegada de un nuevo patrocinador, Helados Alacant. Además, Muñoz traía otro as bajo la manga: la vuelta de Pitiu Rochel. Parecía que, con el apoyo económico de la empresa heladera y el mítico entrenador de nuevo en el banquillo, podrían soplar nuevos (viejos) tiempos en el conjunto blanquiazul.
Pero nada más lejos de la realidad. Aquel Helados Alacant era un equipo lleno de canteranos que no había tenido planificación -ni siquiera pretemporada- y hecho a contrarreloj. Eso, obviamente, se notaba. Ya su inicio de temporada fue desastroso -once derrotas consecutivas- y sólo pudo lograr la permanencia, con toneladas de sufrimiento, en las últimas jornadas. En las dos siguientes campañas las cosas fueron algo mejor. Al menos había estabilidad pero faltaba talento y sobre todo un plan ambicioso. Nada que ver con aquel Tecnisán y en las antípodas de lo que fue el Calpisa. Aún así, no se pasaron apuros y los de Pitiu, con más pena que gloria, acabaron undécimos en la temporada 89-90 y novenos en la 90-91. La mediocridad, el “ni frío ni calor”... El equipo alicantino parecía haberse instalado definitivamente en la zona gris del mapa balonmanístico español.
Y, como si de otro de los designios del tal Murphy se tratase, al año siguiente, la cosa aún fue a peor. Más incluso de lo que los más pesimistas podrían haber imaginado: durante la campaña 91-92, Helados Alacant anunciaba que no iba a continuar como patrocinador del club. Pocas semanas después, ante la absoluta falta de implicación del empresariado local, el Ayuntamiento de Benidorm compró su plaza en Liga ASOBAL y el equipo se trasladó a tierras benidormenses. En la Nueva York del Mediterráneo, sin pena ni gloria y en un ambiente frío -en las antípodas de la caldera que era el Pabellón Central-, la entidad acabaría disolviéndose tras una única campaña. Era el verano del 93 y el club que empezó jugando en aquel muelle del puerto alicantino dejaba de existir. Triste final para medio siglo del mejor equipo de cualquier deporte que haya llevado el nombre de Alicante por España y Europa.
“OJALÁ” SE ESCRIBE CON TRES LETRAS: EÓN
Tras la disolución y durante diversas épocas, unas con mayor y otras con menor intensidad, se ha intentado “resucitar” el balonmano de élite en la capital de la Costa Blanca: CB Estudiantes (club formado con los mejores jugadores de los equipos de Agustinos, Jesuitas y Salesianos) o el BM Costa Blanca fracasaron en el intento (imposible) de llenar el inmenso hueco dejado por el Calpisa. Hemos tenido que esperar a la aparición del CB EÓN Alicante en 2017 -bajo el nombre de Sporting Alicante- para avistar un posible digno heredero de lo que significó el club nacido como Obras del Puerto. El EÓN, en sólo seis temporadas, ha pasado de la cuarta categoría del balonmano nacional hasta la División de Honor Plata. En la actualidad, los chicos de Fernando Latorre marchan líderes, con un punto de ventaja sobre su principal rival por el ascenso a la máxima categoría, el ID Energy Caserío de Ciudad Real. Precisamente, ambos equipos se enfrentan en la próxima jornada en el Pitiu Rochel. Una victoria local acercaría a los alicantinos a la Liga Plenitude ASOBAL y, caso de consumarse el ascenso, estaríamos ante la primera vez en treinta y dos años que la ciudad de la Explanada cuenta con representación en División de Honor. Veremos si los chicos de Latorre tienen suerte y certifican el ascenso.
Pero lo que nadie puede dudar es que, pase lo que pase, en la sala de espera del balonmano alicantino hay esperanza. Ander Torriko, Aarón Gutiérrez, James Parker o Lorenzo Poyato no son precisamente Pitiu Rochel, Melo, Cabanas o De Miguel. Ni falta que les hace. Es tan cierto que el EÓN nunca será el Calpisa como que el ayer no tiene por qué echar a patadas al mañana. Ahora, más de tres décadas después, la ciudad de la Explanada puede volver a tener representación en la División de Honor. El pasado nunca ha de olvidarse y menos cuando es tan glorioso y/o se puede aprender de él, pero conviene dejarlo atrás cuando no te deja caminar. Hoy, el presente, el futuro y sobre todo el “ojalá” del balonmano en Alicante se llaman EÓN.
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