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Ken Fisher no es un millonario con el estilo de vida excesivo que nos podemos imaginar. Nació en San Francisco en 1950 y se tuvo que buscar la vida por sí mismo desde muy niño. A los 13 años comenzó a trabajar como empleado para llevar fruta, semillas y fertilizantes a domicilio. Más tarde entró en una escuela para sacarse una titulación forestal que tuvo que pagarse de su bolsillo, porque su padre le dijo que le había pagado los estudios a sus hermanos pero que con él no podría hacerlo. El propio Fisher resumió esta realidad en una entrevista a The Telegraph diciendo que "me tuve que sacar la cuchara de plata de la boca".
Probralo todo
De adolescente cayó en el movimiento hippy y confiesa que fumó marihuana y probó el LSD porque se decía que aquello te abría la mente. Pero le desencantó: "aquello no era iluminación. Era solo gente que se drogaba".
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Como también le fascinaba el mundo de las finanzas, en 1979 fundó Fisher Investments, una empresa dedicaba al mundo de las inversiones. No le fue de maravilla desde el principio y tuvo que compaginarla con trabajos en la construcción. Pero también le interesaba escribir libros sobre inversiones, como ya había hecho su padre con cierto éxito. Así que probó suerte escribiendo Super Stocks, un libro que fue un bombazo. Tanto, que consiguió ser colaborador habitual en Forbes y su negocio comenzó a crecer de manera exponencial.
Nada de Rolls con chófer
Hoy día este hombre tiene una fortuna de más de 10.000 millones de euros y no se traslada en un Rolls-Royce con chófer. Tampoco atrona las calles de San Francisco con un Bugatti ni tiene una colección de coches con los ejemplares más deseados, como pueden hacer Ralph Lauren o Bernie Ecclestone. Sencillamente tiene un Volvo. Nada más. Un Volvo de hace 25 años que no cambia porque le gusta y porque sigue funcionando.
Dicen quienes están en su entorno que lleva su viejo maletín sujeto con clips para que no se le termine de romper el forro, y confiesa que sería capaz de vivir en una casa en un árbol. De hecho, el propio Fisher asegura en su entrevista a The Tlegraph que "no soy un tipo materialista, no llevo ropa elegante y podría vivir en una casa en un árbol; todavía paso mucho tiempo en tiendas de campaña, bajo la lluvia".
Fisher tiene claro que su fortuna no acabará despilfarrada en pasiones materialistas, como pueden ser los coches de lujo. De hecho, planea regalarla pero aún no sabe como, porque dice que darlo sencillamente a la caridad es demasiado formal para él. De momento ya ha formado una fundación aunque reconoce que "la mayoría de las personas que ganan mucho dinero y lo invierten en una fundación se revolcarían en sus tumbas cuando vieran lo que sucede con este dinero tres generaciones después".
Sus hijos no lo disfrutarán
Lo que sabe seguro es que sus hijos no se pasearán con modelos de Ferrari, Lamborghini, Bugatti, McLaren o Porsche. Y si lo hacen será porque ellos mismos se lo hayan ganado, y no gracias al dinero que él ha conseguido a lo largo de su vida. "No voy a hacer que ninguno de ellos pase hambre. Pero no quiero que tengan tanto como para no tener que trabajar más, para consumir drogas, ser derrochadores y divorciarse 15 veces. Creo que trabajar es terapéutico".
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