Resulta inaudito que un órgano político como es el CSD (con su indiscutible sesgo ideológico, con sus intereses de partido, con sus filias y sus fobias y con su indisimulado afán intervencionista en el fútbol), se pueda convertir en un arbitrario juez capaz de contradecir sus propias validaciones, desautorizar a los organizadores de una competición, pisotear sus normas, convertir los reglamentos en papel mojado y ningunear a sus órganos de decisi
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