El orgullo no tiene precio. El de unos futbolistas, los del Atlético. El de un entrenador, el del Atlético. El de unos tipos que decidieron que no, que mientras otros se hubieran echado a dormir ellos iban a seguir soñando. Y se rebelaron. Y aguantaron el tirón con uno menos. Y empataron en tales circunstancias. Y se adueñaron del partido incluso. Y lo voltearon definitivamente ya en igualdad de condiciones. Y aguantaron la victoria, en un Metropolitano convertido de nuevo en jaula de grillos, para tener el 'top 8' a tiro de Salzburgo. El Bayer andará preguntándose aún qué demonios pasó. Como tantos otros se lo han preguntado ya. La respuesta es obvia: pasó el Atlético.
Al de la primera parte le salió mal todo lo que podía salirle mal, pero conviene aclarar desde ya que puso mucho de su parte para que así fuera. Zarandeado absolutamente desde el arranque, con uno menos desde el minuto 25 por expulsión de Barrios, fue además a encajar la diana justo cuando, al menos momentáneamente, estaba a punto de salvarlo la campana del entreacto. El gol dice mucho del rival, por cierto: la pone desde la derecha Mukiele y la cabecea llegando desde la izquierda Hincapie, léase dos tipos que se supone forman parte de la defensa.
Se supone, porque el alemán es un equipo extremadamente dinámico en el que por momentos todos aparecen donde no se les espera. Agarra la pelota en cuanto se pone en juego y ya no la suelta, con Frimpong y Grimaldo penalizando la flojera rojiblanca por las bandas, con Xhaka marcando tendencia en mediocampo, con Wirtz flotando allá donde le apetezca y con Tella convertido en un martillo. Si no había marcado antes es porque había topado con Oblak. Cuestión de tiempo.
Atendamos al Atlético, en todo caso. El informe que había llegado a Simeone resultaba incluso descorazonador, definiendo al rival como uno de los mejores equipos de Europa en ataque. Efectivamente, El Cholo decidió pertrecharse con un 5-4-1 que sonaba extraño, Nahuel como tercer central, carriles para Giuliano y Galán, Griezmann partiendo desde la izquierda. Aquello era un desastre: porque no había manera de tenerla más de cinco segundos y porque además se defendía con una extraña pasividad. El partido pedía sin hallarlos tipos que mordieran.
Un servicio mal controlado por Giuliano ya derivó en contra vertiginosa de un rival que en los minutos posteriores entró por izquierda, Grimaldo para el gol de Tella invalidado por fuera de juego, y por derecha, Frimpong para que Wirtz topara con Oblak. El de las manoplas apareció de nuevo ante disparos de Tella y Xhaka, aunque el grave problema en clave local era que entre una y otra acción se había ido a la calle Barrios, imprudente con los tacos por delante más allá de que no pareciera buscar la pierna del rival y sí un balón al que llegó tarde.
El Atlético tomó conciencia por fin de que la situación era grave, a buenas horas mangas verdes, y la grada acudió al rescate hasta el punto de recibir con alborozo un disparo de Galán tan lejano como desviado. Pasaban los minutos y el partido se afeaba, lo mejor que podía pasar entonces teniendo en cuenta que toda la belleza había pasado por un Bayer que incluso coleccionaba tres amarillas en los minutos previos al refrigerio. El problema es que también se embolsaba por fin el gol que buscaba, ése en el que construyó como quiso en el primer palo y definió como quiso en el segundo.
Simeone prescindió de Galán, lesionado y con el que se habían hecho un llavero los de Leverkusen, para que defendiera Reinildo. Xabi prescindió de Mukiele, oliendo la sangre pero equivocándose, para que atacara Schick. Y entonces, una vez más en el Metropolitano, el fútbol perdió toda lógica. Porque un ataque del Bayer interceptado precisamente por el recién llegado pasó a ser un servicio largo de Griezmann para que Julián se enfrentara con el mundo y saliera ganador. Primero se impuso a Tah, que no acertó a despejar, y después a Grimaldo, que no cuerpeó, para sacar un disparo cruzado inalcanzable.
Por increíble que hubiera sonado un rato antes, el del silbato tuvo que echar una mano al Bayer. Porque con lo de Wirtz había dos opciones: no pitar falta o sacar tarjeta, que era la segunda, si la pitaba. Como tantas otras veces se optó por una tercera vía: indicar la infracción pero hacerse el longuis con sus consecuencias y mantener la desigualdad numérica. Una y no más: Hincapie no fue indultado un rato después y, diez contra diez por fin, Angelito apareció en el campo para que Julián detuviera el tiempo en el área, quebrando a Kovar y firmando una maravilla para el segundo. Los partidos acaban cuando lo señala el árbitro, por malo que éste sea. Bendita locura, Atlético, bendita locura.
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