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Escribo desde la undécima planta del hotel de España en Ulsan. Han pasado tres horas desde que los de Santisteban se clasificaran para la final del Mundial y, la verdad, todavía me resulta difícil analizar lo que ha pasado. Seis plantas más abajo, donde intentan descansar los jugadores, es tanta la pena que apenas nadie se ha dado cuenta de lo que significa el éxito logrado. España jugará el domingo sin Bojan, y eso es mucho. Pero más que en lo futbolístico, su baja es sensible en lo humano. Porque Bojan es uno de los jugadores más queridos de las categorías inferiores de la selección. Por sus ataques de risa, por su forma sencilla de tratar a todos, por su predisposición a la broma, por esas ganas de divertirse que muestra en el campo y por muchas cosas más que no cabrían en este artículo.

Dentro de ocho horas, cuando el equipo se despierte para emprender viaje a Seúl, es posible que más de uno entienda lo logrado. España está en la final de un Mundial tras demostrar un carácter que borra muchos mitos. Mañana, cuando salga de nuevo el sol –aunque por aquí lleva días nublado- llegará la hora de disfrutar, respirar hondo y preparar la final. Una final no se juega todos los días. Algunos chicos no disputarán otra en su vida. Bojan creo que sí.

Con esta sensación agridulce nos despedimos de Ulsan, la ‘casa’ de España en Corea. Una ciudad en la que nos han pasado tantas y tantas cosas. Muchas las hemos contado aquí. El último detalle bonito, el reloj que técnicos, directivos, médico, fisios y utilleros le regalaron a Javier Arbizu anoche. Cuentan que el cocinero, que lleva más de una década viajando con la absoluta, se emocionó: “Pero si yo sólo hago mi trabajo”, dijo. Es posible, pero pocos lo hacen tan bien y poniendo tanto de uno mismo en él como
Arbizu.