- Estadísticas. Así vivimos el España - Egipto
En un acto de generosidad y diplomacia España le entregó a Egipto una fiesta nacional del fútbol. La indolencia española se paga con la pérdida del liderato del grupo antes de los cuartos de final. Los egipcios, sin hacer una pirámide, derramaron orden y pegada para dar la sorpresa. Ser campeones de Europa en categoría absoluta obliga a cuidar mucho todo lo que se hace por debajo.
Jugar a las tres de la tarde en verano es un guiño a la inconsciencia infantil. También es una hora cumbre para pasar el rato entre sardinas o para echar una siesta que dure hasta el otoño. Para España el partido fue un engorro. Esperaba Egipto, una vitrocerámica ambiental en el césped y un billete ya sellado para cuartos.
Egipto, con Elneny al mando de las operaciones en el centro del campo, entendió que contra España en cualquier categoría hay que esperar en el túnel a que haya un error. Salvo un remate lejano de Pubill al poste los de Santi Denia caían una y otra vez en la emboscada. La alineación era un homenaje al plan B, con muchas rotaciones para que jugadores como Fermín o Álex Baena, los campeones en Alemania, reposaran. Delante, aguardaban Camello y Samu, sin balones ni espacios.
El peligro de Adel
Con ese mapa del evento los egipcios robaban la bola y viajaban en cohete. Si el balón caía sobre Adel, un artista afincado en la izquierda que juega en el Pyramids, el murmullo viajaba por Burdeos.
En una de esas, al filo del descanso, un balón largo agujereó la defensa española y Adel empaló desde fuera del área para marcar por alto ante la estirada de Iturbe. No era injusto porque era la respuesta a un plan bien ejecutado. España se había ido tanto del partido que ya no se sabía si estaba en Burdeos o en otro estadio.
Santi Denia removió el avispero a ver si el asunto se coloreaba. Entró Sergio Gómez, propietario de una zurda sobre la que se pueden abrir tertulias en los bares. Antes de que Egipto cogiera miedo le llegó otro saco de caramelos. Pacheco cedió mal un balón y otra vez Adel, con un imán, marcaba ante Iturbe.
Un final muy triste
El varapalo destempló a España, que se abrazaba a la ilusión en alguna jugada aislada como en un cabezazo al palo de Camello. Era Egipto la que disfrutaba sobre el césped. Elneny era el dueño del balón e Iturbe evitó que el sonrojo fuera mayor. Un cabezazo de Samu redujo la distancia y anudó la esperanza durante un suspiro. Era tarde. España ayudó a que la fiesta de Egipto fuera inolvidable. Las siestas se pagan caras en cualquier categoría. Hay tiempo para aprender.