Matthew Dawson muestra el billete hacia París.GETTY IMAGES
Ha sido la noticia estos días. El jugador australiano de hockey Matthew Dawson se ha amputado una falange de un dedo de la mano derecha por llegar a los Juegos Olímpicos de París. Los médicos le dieron a escoger entre descansar o la cirugía y él ha escogido cuchillo.
Es el ejemplo extremo. Pero otros casos menos drásticos ejemplifican lo que suponen los Juegos para un deportista. Naia Laso, de 15
años, va a competir con una clavícula maltrecha en skate porque no se quiere perder la cita. Podía haber renunciado y buscar su oportunidad en Los Ángeles dentro de cuatro años, pero cuando uno ha llegado hasta la orilla tiene la ocasión de dejarse arrastrar por la marea o pelear en la arena. El mismo valor tienen aquellas mujeres que programan sus embarazos o los retrasan por esta locura.
La afición del Atlético acuñó lo de "no lo puedes entender".
La misma sinrazón vale para explicar el espíritu que impulsa a un deportista. Como el equipo que va a París es muy bueno hay que exigirles que destrocen el récord de medallas de Barcelona. Por más de una y más de dos. Pero también hay que dar el mérito a clasificarse para unos Juegos. Nadie va de regalo. De los 383 deportistas, la séptima delegación más gruesa, todos se han sometido a un filtro. No se dejarán un dedo, se van a dejar la vida por hacerlo bien.
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