El remo español dibuja una posibilidad sólida de subir al podio en los Juegos Olímpicos de París. Aleix García y Rodrigo Conde, en doble scull, han tenido una trayectoria en los últimos años que les coloca en los puestos delanteros en la regata de 2.000 metros que tendrá lugar el jueves 1 en el canal de Vaires sur Maine, a una hora de París, y nutrir el palmarés de un deporte que sólo tiene una medalla: la plata que Luis Lasurtegui y Fernando Climent conquistaron en Los Ángeles 1984.
"El día 5 se cumplirán 40 años, que se dice pronto", recuerda Climent, sevillano, el más liviano de una pareja que un mes antes de los Juegos no existía. "Fernando era un poco comodín", añade Lasurtegui, guipuzcoano, de los que se compra el MARCA cada día. "Yo voy al quiosco y le digo: deme el económico, ellos ya saben que es el MARCA".
Un fiasco en la Copa del Mundo de Lucerna trajo como consecuencia una medalla olímpica. Alli Lasurtegui y Oyarzábal, que eran el bote titular del dos sin timonel, tuvieron un bajo rendimiento porque el segundo arrastraba una bronquitis y el entrenador Patxi Sarasua decidió apostar por Climent, demasiado ligero para esa prueba, pero que se entrenaba a menudo con Lasurtegui y en ritmo estaban acoplados. "En dos días ya eramos 10 segundos más rápidos en contra de la opinión de todos, incluida la federación. Hay que entender que Luis y Oyarzábal eran los dos de Pasajes de San Juan, la tradición del remo en Guipúzcoa... Pero Sarasúa, que también es vasco y no se casaba nada, dijo que quería la embarcación más rápida, me escogió a mí y salió bien".
La primera concentración fue en Mequinenza, en el Bajo Cinca, "pero hacía mucho calor y nos marchamos a Banyoles", señala Lasurtegui, que luego ha vivido de la gestoría que montó porque la medalla, en un deporte amateur, apenas le reportó nada. Ya en Girona, Sarasúa optó por las bravas. Había que vivir como si estuviesen en Los Ángeles. "Nos levantábamos a las cuatro de la mañana y a las cinco ya estábamos remando. Comíamos a las 11 y cenábamos a las seis". Mientras el resto de competidores aprovechan las dos últimas semanas para rebajar cargas, ellos aumentaron el volumen. "Yo no me fiaba de nadie y cronometraba nuestras series y veía que hacíamos buenos tiempos".
Los métodos eran rudimentarios. No había nutricionistas, ni biomecánicos, ni ciencia. A los fisioterapeutas aún se les llamaba masajistas. Ellos tenían a Tony Bobet, el del Barça de baloncesto. "Pero yo le dije: Tony, no me he dado un masaje en la vida, así que no me alteres el cuerpo. Y no me daba masajes de descarga". El plan de preparación tampoco era metódico. "Lo hacíamos a lo bruto. Si nos pedían cuatro series, hacíamos cinco. No sabíamos si era bueno o malo, pero las hacíamos".
La competición, desde las series, ya mostró el potencial español. "A la primera vimos que podíamos luchar por medalla. No por el oro, porque Noruega había ganado los dos últimos mundiales y estaba fuerte. Pero fallaron y se nos colaron los rumanos", añade Climent. "Fue la primera medalla de la era Samaranch y la primera española en esos Juegos. El presidente del COI no llegó a la entrega, pero en helicóptero vino para felicitarnos horas después. Hay que tener en cuenta que el remo estaba en Santa Bárbara, a 100 km de la ciudad", recuerdan los dos medallistas.
La vejez del deportista es mala porque siempre hemos fardado de poderío
Como las otras cuatro medallas españolas -vela, Abascal, piragüismo y baloncesto- no llegaron hasta los últimos días, nuestro deporte que estaba en la prehistoria olímpica, pero ya quería los Juegos Olímpicos -"como estaban de campaña, Joan Maragall me invitaba todos los días a la oficina y me daba cava"-, recuerda Lasurtegui, vivió de esa plata varios días.
"Había fiestas todos los días. Un día nos hicieron una recepción en la Villa Olímpica de allí con vino de Rioja y tortilla de patatas. Fernando se tuvo que ir, en contra de su voluntad, al Mundial ligero de Canadá, donde luego no compitió porque estaba con la cabeza en otro lado, lógicamente", dice el vasco. "Y yo me quedé sólo. Me hice una foto con Carl Lewis y vi la final de baloncesto porque en ese momento, como era el medallista, estaba de moda".
Debió ser fruto de la euforia. O yo que sé. Estaba hablando con su madre para una radio al lado de la piscina que teníamos y pasé a su lado y le empujé la silla
Antes de eso, un estudiante de Euskadi que conocía Luis Mari se había agenciado una mansión de Beverly Hills que le habían dejado a su cuidado y se convirtió en una fiesta permanente. "A la celebración de las medallas vino Samaranch hijo, el Príncipe Alberto de Mónaco. Mucho periodista. Y ahí nos dieron las tantas", rescata Climent.
"Y el muy cabrón me tiró al agua con los cascos de la radio sin previo aviso", dice entre risas Lasurtegui. "No sé, debió ser fruto de la euforia. O yo que sé. Estaba hablando con su madre para una radio al lado de la piscina que teníamos y pasé a su lado y le empujé la silla", entona Climent. "Menos mal que sólo fue una semana, que si no, me muero", razona el vasco cuya madre, que ha acogido al sevillano muchas veces en su casa, le echó la bronca.
La vuelta a España, por separado, fue eufórica. Lasurtegui hizo el saque de honor en el campo de fútbol de Banyoles, firmó en el libro de oro de la ciudad y salió al balcón. Climent se perdió ese festejo por lo de Canadá. La euforia fue cayendo. "La vida no me cambió la medalla, no hay dinero en el remo", dice Lasurtegui.
El otoño y su aire húmedo echó orín sobre aquella plata. Climent y Lasurtegui siguieron manteniendo una amistad estrecha y, profesionalmente, volvieron a coincidir juntos cuando Fernando fue presidente de la Federación Española. Ahora tienen 66 y 68 años. "La vejez del deportista es mala porque siempre hemos fardado de poderío", suelta Luis, que tiene arritmias. De vez en cuando escucha aquello de "¿Lasurtegui? Tú no serás el del remo. "Somos famosos de nombre y apellido por la medalla. Pero de careto no nos conoce nadie".
Comentarios