Cada vez que alguien compara a Lamine Yamal con Leo Messi, aparece la misma reacción: “no le echen agua al vino”. Como si fuese un atrevimiento poner al chaval al lado del mejor de todos los tiempos. Pero, ¿y si ese vino nuevo tiene más cuerpo que el anterior a su misma edad? ¿Por qué no se puede comparar si los números, la personalidad y el impacto de Lamine, con 16 años, son incluso superiores a los que tuvo Messi en ese mismo momento de su carrera?
Lamine ha sido titular indiscutible en partidos grandes, ha marcado, ha asistido, ha cambiado partidos y es ya un nombre fijo en la selección española. Messi, a esa edad, no había dejado huella ni en el primer equipo ni en la absoluta de Argentina. La comparación no es un sacrilegio, es un elogio. Nadie está diciendo que será mejor que Messi —el tiempo lo dirá—, pero negar que está siendo más determinante que Leo a su edad es cerrar los ojos.
Comparar no es desprestigiar. Es valorar. Es irar. Y a veces también es ilusionarse. Lamine no es un vino cualquiera. Es una joya que está en pleno proceso de maduración. Y si sigue a este ritmo, no solo se hablará de que es el mejor de su generación… sino de que puede marcar una época.
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