Los máximos accionistas del Sevilla representan exactamente lo que no es el Sevilla. O uno entiende, por lo que han contado, ha escuchado, visto e incluso sentido toda la vida, que lo vivido en la Junta General de Accionistas es todo lo contrario al señorío y la sevillanía que siempre ha llevado a gala el club de Nervión. Por él han pasado históricamente grandes presidentes que, de forma desinteresada, llevaron al Sevilla a ser considerado como uno de los grandes de España. Porque la grandeza no la dan sólo los títulos, sino estar acompañado y bendecido por parte de una ciudad que ama el fútbol como pocas en el mundo. Y más que este deporte, los colores rojo y blanco que brillan en su escudo y su bandera. Sin embargo, después de más de 100 años de historia (dando por buena la fecha inicial en 1890), la conversión a SAD cogía al Sevilla en uno de los momentos más delicados de su recorrido vital, circunstancia que aprovecharon unos avezados empresarios para invertir parte de su patrimonio (cuando hablan de ello parece que regalaron el dinero a fondo perdido) y ahora lo ven recompensado con sueldazos que ninguna empresa de ningún sector les ofrecería por las capacidades demostradas en la gestión. Ni a ellos, ni a los que les acompañan. Muchas seis cifras en las nóminas anuales para un club que se permite el lujo de perder más de 80 millones en tres años con ingresos superiores a los 200. Algo se está haciendo mal. O rematadamente mal. Y por mucho que sean sus dueños a efectos accionariales, el Sevilla (a ver si se enteran de una vez) no es de ningún accionista o propietario. La historia no se compra, se cuenta; la grandeza no se crea, se hereda; el Sánchez-Pizjuán no es un estadio, es una casa; y el sevillismo no es un cliente, es la sangre y el corazón del propio Sevilla. No obstante, no venía a este diván semanal a hablar de una gestión a todas luces nefasta en lo económico o de la indudable fractura social del club, sino de la imagen bochornosa que se exporta desde una cúpula accionarial que sólo ambiciona el poder y las prebendas que van aparejado al mismo.
Por partes. Me sigue sin entrar en la cabeza hasta qué punto de locura emocional hay que llegar para decirle "mierda" a un hijo. Uno que vive (como todos, supongo) con la máxima del respeto reverencial a unos padres y el cuidado amoroso hasta el último de los días que viva de mis hijos, no llego a entender cómo puede romperse esa cuerda paternofilial por algo tan miserable como el dinero o el poder. Y más con ese primer hijo, al que le das como mayor herencia tu propio nombre de pila, para ser reconocido como tu vástago, el que habitualmente desea seguir tus pasos profesionales y al primero que le haces confesiones en su incipiente vida adulta. El enfrentamiento final entre ambos, quedándose José María del Nido Carrasco a cuadros con lo que escuchó, tras volver a insistir él primeramente en contar intimidades sobre presuntos tejemanejes societarios y económicos, no hizo más que evidenciar que desde hace mucho tiempo nadie mira por el Sevilla y sí tienen al club como un modo de ganarse el pan. Al menos rescato la forma de dirigirse a los pequeños accionistas de Del Nido Carrasco, con un discurso cercano y amable, quien ha tomado tablas para su futuro presidencial, aunque los juzgados dirán cuánto tiempo le dura. Como lleva un tiempo ejerciendo de presidente en la sombra, la gestión económica necesita una pensada profunda, además de que es mejor no remover el pasado y manchar (de mierda) el nombre de gente que ha ayudado a alcanzar cotas inimaginables en el Sevilla.
Como es imposible pensar en una tercera vía (dentro del sevillismo) y me da que en unos años todos terminarán por hacerse ricos con la venta de su paquete accionarial al mejor postor (no al más indicado para los intereses del Sevilla), la salida de este bucle insoportable e insostenible sólo tiene en Del Nido Benavente la primera de las escapatorias. Por un simple hecho de turnismo político cuando sólo existían dos grandes partidos. Airear el patio. Pensar que quien entre mire por un tiempo, al menos, por el bien del Sevilla y no por el suyo personal. Se me hace bola sólo sugerirlo. Porque los clubes perdieron su verdadera esencia cuando se convirtieron en empresas supuestamente rentables. De la devoción a unos colores, siendo la persona respetable de la sociedad sevillana y sevillista la designada para presidir un club de fútbol habitualmente deficitario, junto a un consejo de istración de este mismo nivel sociocultural, se ha pasado a una descendencia malcriada que sólo quieren saber qué parte del pastel de la herencia les toca pillar. Sálvese quien pueda.
No quiero dejar a un lado al presidente saliente. Pepe Castro, aún sentado en el sillón presidencial, realizó un discurso de despedida entre melancólico y fuera de lugar. Chabacano. No está entre sus virtudes el don de la palabra y sólo parece enderezar su dialéctica cuando baja a ese fango en el que jamás debe entrar un presidente del Sevilla. Porque mientras esté actuando como tal (y qué lugar más sagrado que delante del máximo organismo del gobierno de un club) debe hablar desde su cargo y no de modo personal. Aún no se ha enterado (ya es tarde), y ha pasado una década, que deja de ser Pepe Castro en cuanto pone un pie en la calle. Que ser presidente del Sevilla no va sólo en su desorbitada nómina, sino en sus actos y palabras. Más cuando la inquina corroe todo lo que sale por su boca. Dedicó su discurso brevemente a exponer los logros del equipo en el campo durante su mandato (siempre es mejor que las flores te las eche otro), para atacar duramente a su gran oponente, llamándole "exconvicto confeso". Si un presidente con su currículum en el cargo se marcha por la puerta de atrás, debería mirar dentro de sí y entender realmente por qué el sevillismo no lo traga. Hace tiempo que la altura de miras está al nivel de los sumideros por el Ramón Sánchez-Pizjuán (al menos respetan el nombre de alguien sevillista de corazón). No se respeta al sevillista de a pie. No se respeta al pequeño accionista. No se respeta ni la memoria de los que entregaron un legado de sevillismo, tratando de borrar las huellas del pasado. Sólo parece que exista el club desde que agarraron las llaves del cortijo. En eso lo han convertido. Lleno de amigotes, familiares y allegados, con la pobredumbre cada vez más a la vista. Sé de miles que quieren al Sevilla pero, ¿quién lo puede defender? La triste realidad es que nadie puede.