Innecesario. Como mínimo, ésta es la definición que se extrae del sorpresivo, extraño e inservible movimiento de ampliación de contrato de García Pimienta con el Sevilla. El triple (2027) que se ha lanzado el club o, mejor dicho, su presidente, está fuera de concurso. Porque la apuesta por el catalán, que ya fue arriesgada en su momento, ¿para qué enredarla? Quizás para sostener la opinión preponderante del director deportivo, quien buscaba un cambio de rumbo hacia su rincón nuevamente con el banquillo, con todo lo que eso conlleva. Ampliar el contrato, dejando sin efecto el habitual 1+1 sumando otro año al fijo, pese a que se dejen las cláusulas que uno estime para romperlo, no venía a cuento a finales de septiembre. Punto. No es ya ni el tema monetario en el asunto contractual, sino el hecho de escenificar un movimiento superfluo, poniendo el foco encima del entrenador, cuando con estos gestos se trata de justo lo contrario. Lo han debilitado. Una confianza redundante repleta de torpeza por el momento. Para las pocas alegrías que se va a llevar este año el aficionado del Sevilla, encima se las entierra media hora después de haber conseguido una victoria. Ni comunicativamente tiene sentido. Dándole a la plantilla, festejando una victoria en el vestuario, el presidente la noticia para publicarla a los minutos en redes. Como diciendo 'aquí está el presidente del Sevilla' y, por mucho que me griten o critiquen, 'aquí se hace lo que yo digo'. Una realidad paralela en la que el la entidad se encuentra secuestrada. Como el poder de los dirigentes pende del hilo judicial, se gobierna contra todo y contra todos. Una política de patada a seguir que en el medio plazo te termina engullendo. Y que sólo cerrando la puerta no se terminan los problemas, porque esta cuenta de gestiones innecesarias, altaneras e incluso iracundas la tendrá que pagar alguien el día que menos se lo espere. De momento la factura pasa por el Sevilla. No podrá ser así eternamente.
Normalmente, cuando se hace un brindis al sol se busca el efecto de que alguien se lo crea. Se sabe que lleva un poco de ojana adosada a la copa, pero se permite porque el momento lo permite. En este caso, todo se ha hecho al revés. Si se quería demostrar fortaleza, lo único que se ha conseguido es mostrar debilidad ante las críticas; si se quería que el entrenador sintiese la confianza de la directiva, lo único que se ha conseguido es que piense dónde me he metido; si se quería mostrar determinación, lo único claro es que el Sevilla se dirige a golpe de impulsos. De una sola persona. La que manda. Su presidente. Da la sensación que ha heredado cosas de su padre en estos arrebatos, aunque Del Nido Benavente era más calculador. Al menos entendía de giros de guion. De cuándo pide el fútbol una cosa o la contraria. Esto no es una moneda al aire. Cada paso en falso que da Del Nido Carrasco le cuesta al Sevilla demasiado dinero. Y en esta realidad paralela, el camino de baldosas amarillas va en dirección contraria. Ampliar, que no renovar, un contrato en la jornada siete para demostrar confianza en el proyecto se debe hacer, en todo caso, después de una derrota que duela. Como la del pasado viernes en Mendizorroza. Tampoco tendría lógica, pero sí algo de sentido común. O esperar a que llegue una racha peor a la actual, como por ejemplo tras pasar por Bilbao y Barcelona, con el derbi por medio. Si sales de esos tres partidos muy herido, ¿qué te queda? Porque si dices que yo siempre confié en el entrenador y, a las pruebas me remito, te caerá el doble de lo que hubiese ocurrido sin este gesto a la galería. Han gastado una carta el día que no valía para nada. Entre límites salariales, renovaciones sin efecto real, malos resultados y críticas atroces, ha llegado el momento 'sujétame el cubata'. Han convertido al Sevilla en una parodia. Y maldita la poca gracia que tiene.
A todo esto, en qué lugar queda el entrenador del Sevilla. Puedo entender que no se haya aún enterado de cómo nos manejamos por esta ciudad. Que le cueste aún ver la retranca en algunas preguntas en sala de prensa ("estos dirigentes son unos fenómenos"). Pero es hombre de fútbol. Sabe cómo se manejan los tiempos. Y cómo se avanza mejor en la sombra que deslumbrado por el foco informativo. Nada más que le dijeron que deseaban prolongar su contrato, la respuesta lógica era dar un paso atrás y decir que no era momento para ello. Que sentía la confianza de la directiva. Poner sensatez en ese manicomio. Pues nada. García Pimienta me vuelve a demostrar entre bambalinas, como con decisiones de jugadores que se han marchado u otros que han llegado, que ha optado por embarcarse en este proyecto sin hacer preguntas ni esperar respuestas. Que si le toca hundirse con todo el barco, a él que le registren, que es un empleado más. Visto lo visto, los abogados del Sevilla, cuando tengan un hueco de representar a los accionistas que mandan, mirarán un poco el trabajo que se les acumula en el club e irán redactando el contrato de renovación vitalicia del director deportivo, otro de los señalados en el mal arranque de campeonato. No vaya a ser que a Víctor Orta le entren celos de la magnanimidad de su presidente con otros empleados. Que los brazos por lo alto también tienen su precio. El Sevilla ha decidido vivir esta temporada como de The Truman Show. Cada sevillista en Jim Carrey viviendo una ficción de la que no es realmente consciente. No le encuentro otra explicación a este continuo despropósito. A este acelerado curso de cómo conducir una empresa con los ojos cerrados. El Sevilla vive en una realidad paralela. En una pesadilla permanente donde se juega su propia viabilidad, su existencia. Sin razón ni tampoco corazón. Sin nada.
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