- Primera Plana. El centenario de Sergio García
El mecánico de los maestros? Nooo, por favor no pongas eso. Como mucho el mecánico", responde con modestia Víctor García junto al gran roble, cableado por dentro para que no aplaste la casa club del Augusta National a cuya terraza da sombra hasta mediodía. "Y, además, esto es una labor de grupo. Incluyendo las familias, que son las que mejor entienden que en el deporte no hay milagros, sino sacrificio. Y son las que educan a sus hijos por ese camino".
A los 74 años, el padre de Sergio García, profesional de golf desde 1975 "o por ahí", profesor de golf desde que llegó al Club de Golf del Mediterráneo, tiene un récord que quisieran muchos de los coach que dan nombre a las academias mundiales. Por sus manos han pasado un campeón, su hijo, ganador de la chaqueta verde en 2017; Josele Ballester, el único vencedor del US Amateur y que disfruta de la primera experiencia en Augusta y Carla Bernat, la flamante campeona del Masters femenino amateur.
"No tengo un método como tal. Se trata de pulir los errores. Como con los coches. Qué tiene mal una rueda, pues hay que cambiarla. Que se bloquea el volante, pues hay que verlo. Hay que trabajar en las debilidades", explica el veterano profesor, que aún sale al alba a jugar y luego sigue aconsejando a todos los jóvenes que le quieren escuchar en el campo de La Coma (Castellón), que su familia salvó de la bancarrota.
Cronológicamente, el primero que puso en práctica sus consejos fue Sergio. Comenzó a jugar a los 3 años, con unos palos a medida. "Pero fue como a los 12, cuando me empezó a ganar, cuando me di cuenta que había algo. A lo mejor me ganaba 70 golpes a 72, no es que tirásemos 80, que con eso te gana cualquiera". El ganador del Masters de 2017 fue el golfista que le descubrió. Le hizo de caddie y de entrenador. Forjó con él un swing muy natural, muy singular, que los expertos lo compararon con el de Ben Hogan, un golfista de leyenda. "Lo que vale para unos no sirve para otros. Hay que entender al jugador", explica.
Curiosamente, no trabajó en él mucho el putt. Un palo que fue determinante en su carrera amateur y que se llenó de dudas durante muchos años del profesionalismo. "Los cambios de putter y de grip han sido decisiones suyas. Con los que se sentía más cómodo en cada momento". Hoy, Sergio, que pasa casi todo el tiempo en Austin, vuela solo. Ha recurrido puntualmente a ayudas con gurús del putt como Stan Utley, Stephen Sweeney cuando lo ha necesitado.
Lo que le ha terminado de contrastar como un gran formador han sido los trabajos posteriores. Josele Ballester apareció por La Coma con 12 años. Venía "del campo de abajo", del Costa de Azahar, como le llaman los de allí. "Creía que podía progresar y yo le dije que encantado. Hemos trabajado bien y también hemos tenido broncas", reconoce Víctor. "Incluso de dejarnos de hablar un tiempo. Pero tiene la suerte de que sus padres son dos personas excepcionales y que han sido deportistas de elite -José Luis, nadador olímpico; Sonia, oro en hockey en Barcelona- y que saben perfectamente como es esto".
Con Josele, la mejor pegada de España, sobre todo ha trabajado en evitar los golpes que se le van por la derecha. "Con Sergio la actitud era la misma. No era menos exigente porque fuera mi hijo. Yo en el campo desempeño el rol de entrenador. Y el amarillo es amarillo, no naranja. Josele es un chico muy inteligente y un jugador formidable. Y tiene otra virtud: es obstinado, como lo es Carla". Ballester está acabando la Universidad en Arizona. "Pero cuando viene a Castellón a ver a sus padres, yo estoy para él. Hicimos un buen trabajo antes del US Amateur".
La joven maestra llegó también a una edad similar. "Jugaba al golf y al tenis. Era buena tenista y ha seguido un camino similar a Josele", explica Víctor, que tuteló su formación un tiempo. Antes de irse a la Residencia Blume. "Nuestras familias son muy amigas", reconoce al lado Sonia Barrio, la madre del jugador. "Es una chica que quiere llegar y eso le hace especial", remata Víctor, que en Augusta, por prohibición, perdió hace años el único vicio que tenía: pasear por los campos de golf siguiendo a su hijo con un palo de golf en la mano. El símbolo de su vida.
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