El deporte camina a tanta velocidad que hace imposible saborear como se merece el éxito o masticar la derrota para tener una buena digestión de la misma. La actuación de la selección femenina de fútbol en los Juegos Olímpicos de París deja un regusto amargo porque el objetivo era colgarse al cuello la medalla de oro. La plata o el bronce hubieran sido un buen consuelo, pero el cuarto puesto es decepcionante.
Hablar de fracaso es cruel e injusto. Hay que poner en valor el contexto de una selección que nos ha malacostumbrado a la excelencia en el último año -campeonas del mundo y de la Nations League y números 1 del ranking FIFA-, pero que hasta el verano pasado no había conseguido ganar ni una sola eliminatoria en la fase final de un gran torneo. Pongamos en valor que han dejado de competir con complejos ante las grandes potencias para mirar a la cara a quien se ponga por delante. Ahora son ellas las que asustan, pero también las que motivan a las rivales.
La coletilla de 'son nuestros primeros Juegos' es una excusa que no puede maquillar una actuación discreta que todo el mundo ha podido ver. Se ha dado la sensación de nadar a contracorriente en todo momento. Por falta de fuerzas, ideas o suerte. O por la conjunción de todas ellas. Ahogarse en la orilla era un trágico final que se venía advirtiendo con el desarrollo del torneo, si bien el fin de fiesta fue más cruel que cualquier pesadilla premonitoria. La selección -jugadoras y cuerpo técnico- tendrá que hacer autocrítica para detectar los fallos, corregirlos y encarar con garantías el futuro.
Muchos pensábamos estar hoy en el Parque de los Príncipes de París contando la conquista de un oro jamás soñado, emulando el capítulo dorado que cerramos en el Olímpico de Sídney hace poco menos de un año. Muchos, pero no todos. Me sigue llamando la atención la cantidad de personajes que estaban agazapados en la sombra, guadaña en mano, esperando el traspiés de las nuestras para vomitar insultos e improperios, recurrir a tópicos y clichés anticuados, regodearse en el dolor y la frustración de las nuestras y mentar a fantasmas del pasado.
El atropellado calendario del fútbol hará que mañana estemos hablando de la Liga, la Copa, la Champions League o el camino hacia la Eurocopa de 2025, donde estoy seguro de que las nuestras volverán a ilusionarnos.