Semana de la red social. Donald Trump cuenta con 17 millones de seguidores en Instagram; LeBron James suma 59 millones en la misma fuente; Miley Cirus alcanza los 103 millones; Abidal se queda en 679 mil; y la cuenta de Leo Messi se eleva hasta los 142 millones de curiosos, un país gigantesco, casi 1.420 veces el aforo del Camp Nou. Sólo imaginar el uno por ciento de esa masa pidiendo una dimisión causa pánico.
El martes 142 millones de personas recibieron en sus múltiples dispositivos móviles una alerta, una notificación, una story, que es como se dice en el mundo modernete. No era un pie en una arena, no era un plano angular de un lago, no era un beso en Roma, no era una puesta de sol en Ibiza, se trataba de un mensaje de respuesta de Messi sobre Abidal con 141 millones de personas de ventaja.
El sudor de Bartomeu
Intentar vencer a eso es poner una cuchara para detener un alud. Lo saben en las oficinas, en las agencias de publicidad y en Mánchester, donde Guardiola sigue cedido. A Bartomeu le recorrió un sudor azul por la cara, que mutó en la que enseñaban los rivales de Tyson antes de un combate. Si alguien puede agrandar una crisis y a la vez cerrarla se llama Messi. Nadie quiere ser el presidente que enfade al futbolista que con un mensaje a 142 millones de personas pone en quiebra técnica la moral de un club.
Cuando Messi tiene que dejar de jugar con sus hijos para colocar una idea en Instagram es que el Barça no va bien. Y encima llegó la coronilla de Iñaki Williams para cerrar el horno ambiental de San Mamés. Ya lo dijo Guardiola en su día: "Sólo me preocupa que Messi esté contento". Pues eso.
Estados Unidos bautiza como 'la locura de marzo' la fiesta del baloncesto universitario a partido único entre las futuras estrellas de la NBA. El gran mérito de la nueva Copa es que ha alimentado las ganas de fútbol. La vida en 90 minutos no da segundas oportunidades. La afición se ha quedado con ganas de más. Ha nacido la locura de enero y febrero.
Los 100 euros del Becerril y la copaza
Durante semanas se ha hablado de los 100 euros que cobraban los jugadores del Becerril, de las pistas de atletismo que rodean a la gente de Unionistas, de tandas de penaltis surrealistas, del llanto de un central por un gol en propia meta, de prórrogas de una legislatura, de un Mirandés monstruoso, de césped artificial y de fútbol sin adornos.
En el nombre del fútbol casi todo ha resultado positivo. En el nombre del negocio hay quien añora que Real Madrid, Barcelona, Atlético y otros no lleguen a semifinales. La solución es sencilla. Que ganen sus partidos. O si no, que se proclame por decreto-ley quién debe disputar la final. La Copa del Rey ha sido tan buena que habrá quien se la quiera cargar. 'This is Anduva'.
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