La actualidad deportiva vista a veces con pasión y a veces con escepticismo, pero siempre con cariño (al menos, con cariño hacia el pagano y el sufridor).
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Seguramente mis seis años en Porto son doce. Entrenar un grande envejece y mucho.
Puse ayer en casa la tele y vi un resumen del Mundial de Natación. Vi a nuestro conjunto de sincro. Ya las había visto otras veces, pero juro que esta vez me he quedado de piedra. No soy técnico en la materia (como casi nadie en este país) pero me he quedado irado de que todos esos movimientos puedan hacerse, primero, y que se haga cada uno exactamente en el momento en que deben hacerse. El hecho de que se hagan en buena parte a ciegas y sin respirar (¿Han probado a estar veinte segundos quietos bajo el agua en una piscina? ¿Han probado a estarlos en movimiento constante?) añade una importantísima parte ‘física’ a la técnica.
Y digo esto de la parte física porque hoy un amigo me ha comentado que sí, que muy bonito, pero que eso no es deporte, que es como el ballet, porque el deporte tiene que tener desgaste físico (me recordó a una frase de McEnroe sobre el golf “¿Eso es un deporte? Siempre pensé que en el deporte había que correr”. Ojo, yo no estoy contra el golf. Sólo quería recordar la frase). Además, dice que es aburrido. Hombre, es evidente de que no a todo el mundo le gustan el ballet, ni la opera, ni Paquito el Chocolatero ni los culebrones, pero eso no puede, en ningún momento, discutir el mérito que tienen. Ni estético, ni deportivo.
Este éxito se personaliza en Gemma Mengual. Existe el peligro de que se vea a Gemma Mengual como una artista, como un modelo inalcanzable. Como alguien que hace algo que nadie hace. Y no. Gemma es una deportista. Es una gran deportista. Y su único ‘problema’, por así decirlo, y a su vez su inmenso mérito, es que es, está siendo, la inventora de un deporte que antes no existía en España, que se veía de pasada cuando salía en los Juegos Olímpicos y lo ganaban las soviéticas, las americanas o las sas.
Es decir: más o menos lo mismo que cuando los pioneros de fútbol le daban puntapiés a un balón allá por los albores del siglo XX y la gente los miraba raro porque era una cosa de extranjeros. Como cuando Manolo Santana, hijo de un tranviario y un ama de casa, empezó a ganar al tenis y la gente pensaba que cómo era posible que se dieran tanta importancia a algo que era cosa de ricos. Como cuando Susana Mendizábal empezó a triunfar en rítmica y no faltaba quien decía que sí, que muy bonito, pero que eso no lo podía hacer nadie…
Y el caso es que ahora todo el mundo juega al fútbol, al tenis y hace gimnasia. Evidentemente, en la élite hay muy poca gente, pero ya nadie ve esas actividades como cosas raras. Gracias a Gemma, ahora hay –digo ‘ahora’ aunque lleva mucho tiempo dando guerra por ahí-, habrá, muchas más personas que descubran un nuevo medio de disfrutar –aunque sea viéndolo- y superarse. Ella lo tiene más fácil que otros (a los primeros balompedistas a veces les pinchaban los balones los guardias por alborotar), es cosa de los tiempos, pero su mérito no es menor.
Y. Gemma no está sola. Hay con ella un conjunto que a veces se diluye en la imagen de la líder. Está su compañera Paola Tirados. No deja de ser injusto que su nombre figure pocas veces, pero es la dictadura de la imagen. En este aplauso a Gemma van también ellas.
Y algunos exigentes dicen que le falta el oro. Cuando un éxito se decide por milésimas, el triunfo no deja de ser moralmente relativo. El oro es mejor que la plata y ésta mejor que el bronce, es cierto pero aquí no hablamos hoy de triunfos, sino de éxitos y de méritos.
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