La actualidad deportiva vista a veces con pasión y a veces con escepticismo, pero siempre con cariño (al menos, con cariño hacia el pagano y el sufridor).
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Seguramente mis seis años en Porto son doce. Entrenar un grande envejece y mucho.
Siempre se dijo que en el fútbol los porteros están un poco locos (¿y en el balonmano qué, que les tiran a bocajarro a más de cien por hora? ¿Y en el hockey sobre patines, en que encima la bola es maciza?) y por tanto algunos son un tanto pintorescos. A juzgar por lo que suelo leer y oír de algunos que están ahora en los medios metidos a comentaristas igual es cierto. A uno, en concreto, le oí hace unos días reclamar algunas pataditas en un partido para que se animara un poco. Sin embargo, yo creo que calificar como ‘especial’ a ese colectivo es injusto hacia los que creo yo que son lo más pintoresco del fútbol: los entrenadores.
La verdad es que igual no toda la ‘culpa’ es suya porque la función del entrenador es inseparable de la de la prensa deportiva: su misión no puede juzgarse con total objetividad. Si el jugador pega una patada al aire, se ve. Si se traga un gol, se ve. Si falla a puerta vacía, se ve. Pero como el entrenador no salta al campo toda su labor es opinable y siempre puede justificarse diciendo que sus instrucciones no se han seguido.
Y como la opinión es libre, se dan cosas curiosas como que una vez que uno se ha hecho con un nombre da igual que en cinco años apenas haya ocupado un banquillo durante unos pocos meses y sin demasiado éxito, pues sigue ‘sonando’ para importantes puestos. Puede entenderse, eso sí, que ha tenido tiempo para estudiar el fútbol actual. También está el caso de quien acumula descensos y decepciones y sigue encontrando ‘colocación’. Pongan ustedes los nombres, porque hay varios.
Y también está el caso contrario, el especialista en situaciones difíciles y en salvar equipos en crisis de descensos que por alguna razón rara vez logran consolidarse y que alguien se acuerde de ellos al principio de temporada y no al final.
Más curioso me parece aún el caso del que yo llamo ‘entrenador fantasma’: nunca tiene culpa de nada. Suele estar en equipos grandes de tal forma que cuando la cosa va mal es que no le han traído los jugadores adecuados, que suelen ser los más importantes del mundo en sus demarcaciones. A mí me da por pensar que con esas plantillazas qué falta hace un entrenador de campanillas, opinión en la que estoy acompañado por Josep Lluis Núñez, ex presidente del Barcelona que dijo aquello de que “a Ronaldo le ficha mi portero. El buen entrenador ficha a Pantic”. Yo pensaba que un buen entrenador es capaz de sacar petróleo, como se dice, con una plantilla de retales pero no debe ser así porque parece ser que esos entrenadores pedigüeños son, además, carísimos. Carísimos y exigentes porque suelen amenazar con la dimisión si no traen todas sus peticiones, aunque eso tiene el evidente peligro de que alguien piense que qué aporta un entrenador que achaca sus fracasos a que no le dan los mejores jugadores, por mucho que cuando pierda suelan tener la culpa los árbitros.
Yo, la verdad, por el diez por ciento de lo cobran algunos de esos técnicos me siento capaz de entrenar a una plantilla con los mejores del mundo, sobre todo si tenemos en cuenta de que las aportaciones más celebradas de muchos entrenadores son frases como aquello de “salgan y diviértanse” o “son ustedes el Madrid, ya saben qué hacer” y si las cosas no ruedan, lo que les dicho antes: o los árbitros, o que no me hacen caso. Entonces, vuelta a pedir, más tiempo de contrato o cese y nuevo fichaje…
En fin, que a veces me dan ganas de pedir un año sabático y dedicarme al estudio del entrenador de fútbol de élite.
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