Malditos gabachos

Toni Nadal ha cargado contra el público francés. Ha dicho en concreto que son bastante estúpidos por cifrar su ilusión en la derrota de un jugador. De un jugador que, encima, lo ha que hecho ha sido engrandecer su torneo y el tenis en general. Rafael Nadal no ha empleado la palabra, pero sí vino a decir lo mismo tras el partido ante Soderling. Yo, que he pasado nueve años en Roland Garros y he visto todos los partidos (vale, la mayoría no enteros, pero no falté ni con Paco Altur ni con Ana Alcázar) que los españoles disputaron allí por entonces (años 90), puedo decir que no les falta razón ni en la apreciación ni en el comentario.

Porque, en general, es cierto que al público de allá no le son demasiado simpáticos los jugadores de aquí abajo. La primera vez sí, que la novedad manda. Con Arantxa Sánchez Vicario en los primeros años eran cariñosísimos y Carlos Moyá despertó todo tipo de pasiones. Pero luego, cuando empiezan a estar ‘vistos’ suelen preferir a otros. Ciertas cosas son inevitables: Conchita Martínez jugó una final con Mary Pierce, que era de la casa. Alex Corretja se las vio con Gustavo Kuerten que era mucho más mediático, pero ciertamente llega un punto en el que nuestros jugadores se les hacen a muchos algo incómodos. No se si será por lo que siempre se dice, porque les fastidia que el pariente pobre que para muchos de ellos somos llegue allí y se proclame o porque se les ve como peligro para otros que les gustan más, lo que es aceptable.

Eso, por otra parte, no sólo pasa con ‘los nuestros’: Martina Hingis, o las hermanas Williams, nunca fueron demasiado apreciadas por el público parisino y en el torneo del año 99 a Martina el trato que le dio el público fue tal que no sé si de haberlo sufrido una de nuestras chicas no hubiéramos sacado del mausoleo a Daoíz y Velarde para clonarlos y hubiéramos vuelto a mandar a los Tercios a San Quintín. Vale, que sí, que Martina era soberbia y maleducada, pero si en vez de vivir en Trubbach fuera de Campo de Criptana, por poner por caso, muchos de por aquí dirían que ella tenía razón y los demás envidia.

Yo me inclino por un lado a pensar que estas cosas son folklore y por el otro, a restarles importancia. Importancia, porque lo primero que hay que ver quién pita y por qué. Normalmente quien se dedica a hacer esas cosas son los sectores menos ‘ilustrados’ de la sociedad. Sectores cuya influencia poca más es que la de silbar. Aquí mismo en España lo vemos, donde pese a estar en inmejorables relaciones con todo el mundo no somos especialmente respetuosos ni con nuestros rivales deportivos –así sean del pueblo de lado- ni con los extranjeros en general (cosa que no deja ser lógica con la ‘educación sentimental’ que hemos recibido: vean las películas populares de los años 60 y 70 donde los extranjeros en general eran puestos como cuanto menos sospechosos y, si eran turistas, directamente imbéciles). Lo que pasa es que cuando nos pitan nos parece una afrenta y cuando pitamos, normal. Ya se sabe aquello de “con razón o sin ella…”

El silbido de himnos es aquí una tradición en los partidos en los que se interpretan, y tanto nos gusta que hasta silbamos el propio (aunque para la ocasión se diga que es ajeno) o nos vamos a Alemania a silbar el francés. Porque esa es otra: si en Roland Garros los españoles no caen simpáticos, los gabachos aquí tampoco son los más populares del mundo. Si allí hablamos del ‘pariente pobre’ al que fastidia aplaudir, díganme aquí si no nos acordamos desde Pavía a los camiones que nos quemaban, pasando por los Sitios de Zaragoza o Trafalgar, donde toda la culpa de la derrota fue suya. En mi propia ‘mili’, antes de unas maniobras, se votó entre la tropa quién sería el enemigo: salieron los ses por aclamación. Y si ya hablamos del Parque de los Príncipes en 1984 y el señor Christov, para qué contar.

Quiere esto decir que hoy Rafa se queja, y con razón, porque le toca sufrirlo pero que ni solamente le pasa a él ni el desprecio va en una sola dirección. En si es justo o injusto no entro porque esto del deporte la actitud del público no va por justicias ni injusticias pero lo que sí me parece bien es que no hayan tratado de centrar la derrota en que el público de la Central se haya puesto del lado de Soderling. Te puede fastidiar, te puede descentrar –ahí luego está tu categoría para no dejar te que pase o no te afecte- pero quien te gana no es el público. Antes bien, es ese público quien se califica a sí mismo con sus actos.

En fin. Yo doy por seguro de que cuando algún francés venga a competir a España no faltará quien le haga pagar el maltrato a Nadal y eso me recuerda que dijo Gandhi que ojo por ojo, el mundo acabaría ciego. Yo, por mi parte, digo que siguiendo las costumbres de las que estamos hablando en este blog no sé si vamos a acabar ciegos, pero quizá sí como un adjetivo que también contiene la ‘g’. En concreto, que empieza por ‘g’.

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