La actualidad deportiva vista a veces con pasión y a veces con escepticismo, pero siempre con cariño (al menos, con cariño hacia el pagano y el sufridor).
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Seguramente mis seis años en Porto son doce. Entrenar un grande envejece y mucho.
Una de las grandes cosas que ha conseguido Pep Guardiola para el Barcelona ha sido desactivar, siquiera parcialmente, el famoso entorno. Y una cosa que ha conseguido el Real Madrid es crearlo. Yo recuerdo que hace años el Barcelona era una olla de grillos. El barcelonismo era una comunidad ciclotímica que adoraba y demonizaba sin transición a Gaspart o a un Van Gaal que les dio las únicas Ligas que sumaron en diez años, que clamaba contra los árbitros incesantemente –en una historia, creo que oficial, del club escrita por don Jaume Sobrequés pude leer que el Barcelona empezaba la liga con cinco puntos menos que los rivales- y que fichaba a mansalva y con menos acierto que el Atlético de Madrid. Esto pensaba al día siguiente de que el Barcelona hubiera perdido en la ida de cuartos de Copa con el Sevilla. Hace no muchos años se hubiera puesto precio a la cabeza de Guardiola. Esta vez no ha pasado nada. Ni siquiera se han oído peticiones desesperadas de fichajes.
En el Real Madrid, en cambio, la cosa es algo diferente. El Real Madrid no tenía ‘entorno’, sino seguidores que no se atrevían a elevar demasiado su voz si las cosas no iban bien. Tenían la ventaja, claro, de que las cosas siempre iban bien y, cuando no, era como en el chiste del chuleta madrileño que no se caía, sino que se tiraba. Nadie se arrogaba autoridad como para discutir las decisiones del mando. Y nadie lo hizo hasta los últimos tiempos de Ramón Mendoza, cuando el Real Madrid no tuvo más remedio que bajar a la tierra y comprender que había seres –clubes- que llevaban su desvergüenza hasta el punto de ganarles. Y asiduamente. Y pasó lo que nunca había pasado. Que los problemas que antes pensabas que eran cosa de los pobres te empiezan a aquejar a ti: el nerviosismo, la falta de paciencia y la búsqueda de la fórmula mágica, los fichajes a la desesperada, el carrusel de entrenadores, el protagonismo de los directivos, el quejarse de los árbitros, el todo el mundo proponiendo soluciones como los arbitristas –con perdón- del XVII español… Y claro, a río revuelto, ganancia de pescadores. Ramón Calderón y otros, por ejemplo. El Real Madrid nunca tuvo un periódico que proclamara abiertamente sus colores (‘sempre amb el Barça’ fue una frase asociada al diario Sport durante mucho tiempo), pero sí que, en los demás, empezaron a tener cabida opiniones que personificaban todos esos males que se asocian al ir perdiendo.
La situación actual es extraña. El entorno blanco no es el de ir perdiendo, pero tampoco el de ir ganando. Le ha dado un voto de confianza a la segunda venida de Florentino Pérez, aunque en la primera fallara la fórmula mágica por la que apostó, porque no había tantos Zidanes y los Pavones no crecen en los árboles a no ser que se los cultive con esmero. El entorno blanco mantiene, pues, una tensa calma. Confía, pero no se priva de proclamar que el mundo -en forma de árbitros- se conjura contra él y a favor del rival, como hacía el Barcelona cuando iba perdiendo. Espera, pero desespera porque recuerda el coitus interruptus de hace cinco años, ve que el rival no tiene la decencia de disolverse, y no termina de confiar en un modelo en que el protagonismo es de los directivos y no de la gente que baja al césped. Sobre todo porque al rival le funciona. Y le funciona hasta el punto de que se ha conseguido disociar la imagen del máximo mandatario de la del equipo. En el fondo, la desesperada espera por volver a ese pasado en el que todo era mejor.
Y el entorno blaugrana parece adormecido. Pero adormecido a la manera del famoso tigre que si se despierta puede no dejar títere con cabeza, como ya demostraron en su día la historia de Cruyff y del mismo Laporta. Si mañana el Barcelona pierde tres partidos seguidos y nadie pide la cabeza de Guardiola empezaré a creer que algo en el fútbol ha cambiado y que el legado de Pep es aún más grande que lo que parece. Pero creo que en eso no debe confiar ni él mismo. El fútbol es el fútbol.
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