La actualidad deportiva vista a veces con pasión y a veces con escepticismo, pero siempre con cariño (al menos, con cariño hacia el pagano y el sufridor).
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Seguramente mis seis años en Porto son doce. Entrenar un grande envejece y mucho.
El 8 de marzo de 1971 Joe Frazier ya pudo decir, con todo el derecho del mundo, que era más grande que El Más Grande. No en vano ese día había tumbado a Mohamed Alí, a quien en según qué sitios se la seguía llamando Cassius Clay. Atenerse al antiguo nombre, su ?nombre de esclavo? como él lo llamaba (antes de la Guerra de Secesión, los amos estadounidenses daban nombre a sus esclavos, conservándolos estos tras su liberación), significaba más o menos no darse por enterados de su postura antibelicista en Vietnam y conversión al Islam, pues para algunas personas y en algunos sitios equivalía a simple traición a la patria y apostasía religiosa. Por ejemplo, en el Sur de Estados Unidos y en la España de Franco.
Menos de dos meses después Joe Frazier llegaba precisamente a Madrid, pero no a boxear porque, aunque eran los años de crecimiento acelerado que se llamó ?desarrollo?, no había en España dinero suficiente como para organizar una pelea de Smokin?Joe. Ni dinero, ni ganas por el momento parte del campeón unificado de los pesos pesados porque este, después del brutal combate de Nueva York, decidió que ya había tenido bastante boxeo por un tiempo y se tomó unas vacaciones: formó un grupo de soul-funk. Lo bautizó, alusivamente, como ?The knockouts? y se fue a recorrer el mundo dando conciertos.
Y el 30 de mayo de 1971 llegó a Madrid para tocar en el teatro Monumental el 31, y al día siguiente seguir hacia Barcelona para una segunda actuación. Vestido con un brillante chándal blanco bajó por la escalerilla de primera clase del avión procedente de Estocolmo mientras las treinta personas que le acompañaban, entre músicos (siete, y curiosamente seis de ellos blancos para un estilo de tradición negra), bailarinas y demás equipo, lo hicieron por la de turista. El viaje, relámpago, a la manera de los músicos en gira. No hubo tiempo ni de un reportaje para en No-Do yendo a los toros y bebiendo en porrón a la manera de casi todos los famosos que venían por entonces, ya fueran actores o premios Nobel. Joe, profesional, llegó, tocó y se fue.
Y estuvo con la prensa, por supuesto, en una comparecencia que, repasada 40 años después, nos muestra a un Smokin?Joe feliz y dispuesto a disfrutar de su supremacía sobre Alí -o Clay, pues así se le nombró siempre aquel día-. Y oportunidades tenía de hacerlo porque, ya irremediablemente unidos ambos en su historia, casi todas las preguntas tenían por objeto la comparación con éste.
Y un jactancioso Joe se explayaba afirmando que era ?bueno como cantante, y bueno como boxeador. Y por supuesto mejor que Clay?, sobre quien no dejó de soltar agudezas. Para él, su archirrival era ?un fanfarrón que pega fuerte. Es muy bueno, no lo discuto, pero yo soy mejor?. Cuando se le señaló que en España se pensaba se confiaba más en un triunfo de Clay, él repuso ?¿No se entiende de boxeo en España??. Pero, aún así, Alí era el rival a quien mejor valoraba porque para él, por ejemplo, el argentino Ringo Bonavena, otro de los grandes pesos pesados de la época era ?un pobre payaso, que habla de más y pierde siempre?. Dedicó incluso un recuerdo al entonces idolísimo nacional José Manuel Ibar ?Urtain?: ?Si quiere mi corona, que venga a por ella?.
El segundo término de comparación era más peliagudo. Dada la militancia de Alí en la lucha por los derechos civiles, por reacción no pocos activistas acusaban a Frazier de estar ?vendido a los blancos?. Frazier lo rechazó afirmando que ?eso lo dicen los seguidores de Clay, porque le he ganado. Yo no me meto en esos asuntos, gano dinero cantando y boxeando, no vendiéndome a los blancos?. Preguntado por el Black Power remató afirmando que él sólo conocía ?el Frazier Power. De los demás no sé nada?. En un momento, harto de preguntas sobre el asunto ?gritó fuertemente que ya estaba bien de ese tema?, contó Alberto Muñiz, cronista de MARCA, ?pero como nadie le entendía, siguieron las preguntas?. Preguntado por la situación de Ángela Davis, activista USA encarcelada por entonces, Frazier reclamó, eso sí, su libertad.
Su alineamiento con el soul-funk, eso sí, podría entenderse también como postura política -en aquellos tiempos casi todo lo era. En Estados Unidos se vivía la lucha pro y anti Vietnam, con el Watergate llamando a la puerta. La comunidad negra seguía su lucha por sus derechos, en Iberoamérica se agudizaba la lucha entre guerrilleros y dictaduras y en Europa iba a empezar la peor época de los años de plomo al son del IRA, RAF, Baader-Meinhof, Brigate Rosse, ETA, el terrorismo neofascista y otros nombres de infausto recuerdo. Del otro lado del Telón de Acero la tensión llegaba con sordina, pero existía-. De hecho, el público negro no era por entonces mayoritariamente seguidor del rock, visto como una perversión blanca del tradicional blues, aunque ya se habían tendido algunos puentes. Entre ellos lo que triunfaba era el Sonido Detroit, representad por la compañía discográfica Tamla Motown, que ejercería una enorme influencia sobre toda la música pop e incluso rock posterior. Frazier, de hecho, se reclamaba cantante de rock aunque afirmaba querer parecerse ?a Otis Reding? y tampoco habló bien del racista Elvis Presley (?los negros pueden hacer dos cosas buenas: limpiar zapatos y comprar mis discos?, decía ?el rey?) del que dijo que ?hay muchos cantantes mejores que él. Elvis es sólo publicidad?.
Pero el concierto fue un fracaso. Los críticos musicales sí se dieron por satisfechos y alabaron la calidad de un Joe, que no en vano había grabado diez discos, pero en Madrid y Barcelona no parecía haber en aquellos tiempos mucho público para el soul-funk. De hecho, los organizadores perdieron, entre los dos conciertos, tres millones de pesetas (un piso céntrico recién construido en la Castellana de Madrid podía costar por entonces en torno a un millón de pesetas).
A Joe no le afectó porque, claro, había cobrado su caché antes de salir a actuar. Y tampoco le llamó mucho la atención el fracaso de público: ?será que los promotores no lo organizaron bien, porque en Europa he tenido una media de tres mil personas por concierto?.
En aquel momento, Joe pensaba dar la revancha a Alí y retirarse en tres años. Pelearían dos combates más y Joe colgaría los guantes diez años después. Nunca volvió a España.
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