La actualidad deportiva vista a veces con pasión y a veces con escepticismo, pero siempre con cariño (al menos, con cariño hacia el pagano y el sufridor).
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Las esperanzas de que Arabia Saudí incluyera por primera vez a mujeres en su equipo olímpico se hayan diluido, y además se ha revelado que tal cosa no responde a razones deportivas, sino que es una política de estado, como reveló el presidente del Comité Olímpico Saudí y miembro del COI Nawaf Faisal Fahd Abdulaziz hace unos días. A partir de entonces, cualquier persona mínimamente conocedora de la historia y el significado de los Juegos Olímpicos debería preguntarse si, a su vez, el Comité Olímpico Internacional tendría que dar pasos hacia la exclusión de Arabia Saudí de los Juegos y el Movimiento Olímpico, como hizo con Sudáfrica y Rhodesia durante más de 40 años.
Si leemos la Carta Olimpica, la constitución del olimpismo, vemos que el Principio fundamental número 6 establece que el Movimiento Olímpico tiene por objetivo "contribuir a la construcción de un mundo mejor y más pacífico, educando a la juventud a través del deporte practicando sin discriminación de ninguna clase y dentro del espíritu olímpico, que exige comprensión mutua, espíritu de amistad, solidaridad y juego limpio". Basándose en ese punto, Sudáfrica y Rhodesia fueron excluidas porque no permitían que sus atletas negros tuvieran las mismas oportunidades deportivas que los blancos (en buena parte de los Estados Unidos tampoco había igualdad legal, pero sí al menos tenían derechos deportivos). Ahora, en Arabia Saudí, otro estado hace lo mismo pero con las mujeres. Pero hasta ahora no se ha oído en el seno del olimpismo ninguna alusión a su pertenencia al movimiento. Sí se ha oído, por ejemplo, en relación a Ecuador, que puede ser excluido de los Juegos por divergencias entre sus dirigencias políticas y deportivas.
El Movimiento Olímpico, tras superar su misoginia inicial, ha llevado a cabo durante los últimos años una acción firme y decidida en favor de la igualdad racial y sexual. En los Juegos no hay ya deportes sin modalidad femenina. En Pekín la participación de la mujer superó ampliamente el 40%. Su presidente y sus han realizado en los últimos años frecuentes manifestaciones en favor de la igualdad de genéro y, como vemos, apoyándolas con hechos tanto en cuanto a la inclusión de pruebas como a la creación de programas de promoción femenina. Ahora se encuentran, sin embargo, con un estado que quiere participar en los Juegos pero rechaza este punto fundamental. Un estado, además, que tiene un miembro del COI. Y, según la carta olímpica, es representante del COI en su país, y no de su país en el COI. Así, teóricamente, Nawaf Faisal Fahd Abdulaziz tendría que hacer campaña por el deporte femenino. Pero hace lo contrario. Arabia Saudí, de hecho, ni siquiera permite que una mujer porte el cartel con el nombre del país en la ceremonia inaugural.
No se vea aquí racismo ni choque cultural. No estamos hablando de islamismo y occidentalismo. Estados de la órbita cultural e incluso política musulmana hay muchos y todos, salvo tres, han enviado mujeres a los Juegos (y uno de ellos, Qatar, lo hará a partir de Londres, quizá para potenciar sus posibilidades como sede olímpica en 2020, pero eso es otro asunto). Hay al respecto, lo sabemos, diferentes sensibilidades y reglamentaciones internas, pero ninguno de ellos se niega taxativamente como política interna (el pequeño sultanato de Brunei, que persevera en la exclusión, no se pronuncia oficialmente) a asumir un punto que el Movimiento Olímpico considera fundamental.
Es un asunto de estados y principios del olimpismo. Si queremos seguir creyendo que los Juegos son algo más que un espectáculo y una suma de competiciones mundiales, el Comité Olímpico Internacional debería tomar cartas en el asunto saudí. O eso, o reconocer que la exclusión de Sudáfrica, y miren lo que es digo, fue algo equivocado.
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