La actualidad deportiva vista a veces con pasión y a veces con escepticismo, pero siempre con cariño (al menos, con cariño hacia el pagano y el sufridor).
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Viene de Las aventuras de La Roja (I): Medallas a la carrera
Acabada la Guerra Civil, la Roja del basket jugó seis partidos en diez años. Ciertamente, había dificultades: la II Guerra Mundial primero, el bloqueo internacional a España después, y la falta de fondos siempre, hacían difícil que el baloncesto nacional pudiera calibrar. Pero cuando los años 50 ya se asomaban en el horizonte, las cosas comenzaron a moverse un poco. Dentro del modelo franquista de reparto de cargos entre las 'familias' del régimen, a la Falange le había correspondido la organización deportiva, pero muchos resortes se habían puesto en manos de los militares. Uno de estos fue la Federación Española de Baloncesto, a cuyo frente se puso al general Querejeta, que contó con eficaces colaboradores como Anselmo López y, sobre todo, Raimundo Saporta.
A favor de que la selección española retomara su andadura se conjuraron varias circunstancias. Una de ellas fue que dos estudiantes portorriqueños, Alfredo Borrás y Guillermo Galíndez, vinieran a España a estudiar medicina a finales de los 40, que fueran fanáticos del baloncesto y que, por supuesto, su formación en el deporte fuera mucho más avanzada y completa que lo que podía conseguirse por aquí. Hasta entonces, el dominicano Gámez había cumplido en la selección española el papel que muchos años después desempeñaron jugadores como Luyk y Brabender, y en cada club el 'americano' de turno. Borrás, por ejemplo, fue el primer jugador a quien se vio en España tirar en suspensión.
Raimundo Saporta rápidamente los integró en el Real Madrid y la selección española, atendiendo a los convenios de doble nacionalidad entre España y las naciones hispanoamericanas. Con ellos, España fue a jugar ante Francia y la verdad es que al subcampeón olímpico le costó Dios y ayuda ganar a los voluntariosos Kucharski, Dalmau, Ferrando y demás, reforzados por los tres caribeños (43-40 en el Velódromo de Invierno parisino en 1949. El mismo recinto en el que fueron concentrados los judíos de París antes de ser 'evacuados al Este' por el III Reich). Con ese argumento, Saporta convenció al general Querejeta de la oportunidad de intentar participar en el I Campeonato del Mundo de baloncesto, que iba a tener lugar en Argentina en 1950.
Borrás y Galíndez, recién llegados (foto revista Nuevo Basket)
Había otras consideraciones que ayudaban. En Argentina, Perón se esforzaba en convencer al mundo que su país era una potencia mundial -los desequilibrios internos eran una cosa de la que no convenía hablar- y, en relación a España, precisamente el país austral habia salvado del hambre a millones de nuestros padres y abuelos con la generosísima ayuda alimentaria que Evita había traído bajo el brazo en 1947. Obviamente, España estaba moralmente obligada a contribuir a cuantas campañas quisiera organizar Perón.
El problema era que la FIBA de entonces no permitía invitaciones, de modo que la aventura mundialista suponía tirar la casa por la ventana, dado que había que ganarla en un Premundial. Pero se intentó: al efecto se contrató incluso un entrenador extranjero, para apoyar al seleccionador, Anselmo López. El elegido fue Michael Rutzgis, de origen lituano, afincado en Mónaco, y al que la intrahistoria atribuye también cierta afición a la botella. Rutzgis, apoyado por Borrás, Galindez y Gámez, aportó novedades técnicas como los bloqueos y profundizó más en las defensas zonales.
Con esos mimbres se fue a Niza. Pese a ser un Premundial, el torneo se jugó sobre pista de cemento y al aire libre, en la plaza Charles de Gaulle, y aunque el clima de la Costa Azul tenga fama de benigno, lo cierto es que del 3 al 8 de enero, cuando se jugó, bastante fresquito sí hacía. Además, la preparación física seria capital, puesto que iban a jugarse cinco partidos en seis días, Tantos como desde 1939. Pero las cosas funcionaron: A Finlandia se le batió 53-26. A Austria se le apabulló por 76-18. Se pierde con Italia por 35-41, pero el encuentro decisivo era el siguiente, ante Bélgica. Ganarlo, nos llevaba a Argentina.
Se llegó a los segundos finales con 38-37. Bárcenas comete falta y con todos al borde del infarto, los belgas sólo anotan un tiro libre y se va a la prórroga. En este caso se llega a los 15 últimos segundos con 44-43 para Bélgica. Pero España roba el balón y Rutzgis pide tiempo. La explicación de lo que pasó entonces difiere un poco según si las fuentes fueron inmediatas o basadas en los recuerdos de los protagonistas, como la sin par historia de Justo Conde, a quien de nuevo testimoniamos gratitud. Uniéndolas, encontramos que en el tiempo muerto, con nuestros jugadores y técnicos reunidos en círculo, se rezó un Padrenuestro. Se puso el balón el juego, lo roban los belgas, tiran y fallan. Borrás recoge el rebote, el balón va a Gámez que pasa en carrera a Ferrando y este, con el crono casi a cero, lanza un gancho que entra tras rebotar en el tablero. Si se debió la canasta salvadora a razones materiales o ayuda sobrenatural, júzguelo cada cual.
Plaza Charles de Gaulle en la actualidad
Pero el caso es que se estaba en Argentina con unas sensaciones excelentes, incrementadas por el hecho de que tras el Premundial se endosó a Francia, recordemos que subcampeón olímpico, un aplastante 46-31. Pero aquel triunfo tenía una trampa oculta: Los ses impugnaron la alineación de Borrás y Galíndez, alegando que una cosa serían las leyes de nacionalidad españolas, y otras las deportivas, y que si aquello se repetía en encuentro oficial, pedirían sanción. Así que, prefigurando lo que pasaría en el fútbol con el 'caso Kubala', cuatro años después, se alegaron problemas de exámenes de Borrás y Galíndez, y no estuvieron -en octubre- en el Luna Park bonaerense. El resto de elegidos: (Arturo Imedio, Jaume Bassó, Andrés Oller, Joan Dalmau, Julio José Gámez, Eduardo Kucharski, Ángel González Adrio, Ángel Lozano, Txomin Bárcenas, Joan Ferrando e Ignacio Pinedo) se concentraron en la Academia de Infantería de Toledo, bajo la dirección de Anselmo López, la preparación de Michael Rutzgis, y la colaboración en calidad de ayudantes del comandante Gastesi y el capitán Riveiro, en sesiones dobles.
Y de allí, a Buenos Aires, en un vuelo de 13 horas, junto a la selección sa y el propio presidente de la FIBA, el inefable William Jones, con el que pese a que pasó varios días en Madrid, alabando el coñac con sifón y a la mujer española, no se pudo avanzar gran cosa en relación a Borrás y Galíndez.
En Argentina, las 'aventuras' continuaron. No porque no fuera un mundial impecablemente organizado, en el que debutaron novedades como los tableros transparente, ni porque Argentina no se volcara con los visitantes, a quienes había subvencionado generosamente sino porque por ejemplo, se agregaron a la selección dos incorporaciones inesperadas. Una de ellas, valiosa: Álvaro Salvadores, chileno, hijo de españoles, que al no ser seleccionado por Chile se ofreció por carta directamente al general Querejeta.
Selección española, ya en Argentina, ante un flamante tablero de metacrilato. (foto FEB).
La segunda, pintoresca: un emigrante español que se ofreció al equipo como chico para todo y se pegó a él hasta tal punto que aparecía hasta en las fotos oficiales. El problema, por decirlo así, es que padecía un fuerte estrabismo (era bizco, vaya) y aunque los jugadores eran todos universitarios, no estaban completamente libres de los prejuicios de la época sobre el gafe que presuntamente acarreaban estas gentes. Rutzgis, en concreto, era el más temeroso y lo llamaba, según recuerda Justo Conde, "el hombre qui (sic) mira con un solo ojo". Al pobre hombre lo echaron del equipo tras perderse el primer partido, ante Egipto (56-57) que era, ojo, campeón de Europa.
El torneo no fue muy bien. La derrota ante Egipto lastró al equipo y luego se perdió sucesivamente con Chile (40-52), Perú (37-43) y Ecuador (50-54), ganandose a Yugoslavia por incomparecencia (2-0) al negarse estos a jugar ante España por razones políticas, si bien el partido era ya por eludir el último puesto. Ganó Argentina, superando en la final a Estados Unidos (65-50).
España se quedó unos días más en Argentina, hasta que pudieron encontrar transporte económico para volver. Vencieron allí después en varios amistosos. A la vuelta, ya con informaciones de primera mano, se co entó que Rutzgis estuvo premioso en el banquillo, y casi nunca movió un cinco formado por Kucharski, Salvadores, Gámez, Dalmau y Oller. El hispano-chileno si fue uno de los mejores jugadores del torneo, pero no volvió a jugar con España y en los Juegos Olímpicos de 1952 estuvo con Chile. Llegó a embajador del país andino en Colombia.
Tras el Mundial, Borrás y Galíndez volvieron a la selección, en la que formaron hasta mediados de los años 50. Buena parte de los integrantes de aquella selección fueron importantes -basta ver los nombres- en el desarrollo no sólo del baloncesto español, sino también de otros deportes, y, en fin, abrieron el camino para la Roja de hoy, la de Gasoles, Ibakas y Navarros, que sucede a la de Corbalán, Epi, Martín, Emiliano, Buscató, Sainz, Margall, Bonareu y compañía. A todos, gracias.
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