SEVILLA FC

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Las caras del desastre

El Sevilla mantiene su particular caída libre y llega una semana decisiva del curso

Sergio Ramos, sobre el césped del Reale Arena.
Sergio Ramos, sobre el césped del Reale Arena.EFE

Ver a Jesús Navas diciendo adiós de un campo de fútbol antes de tiempo, por su primera expulsión en Liga tras 20 años en activo, duele; ver a Sergio Ramos cogiendo el mismo camino de su amigo, molesta (a los anti incluso les refuerza); ver a Badé pidiendo el cambio con la mano en los isquios, preocupa; o ver a Dmitrovic sentado en la hierba mientras cualquier jugador que tire sobre su portería celebra un gol, cabrea. Son las caras del desastre de este Sevilla que, por segundo año consecutivo, se empeña en meterse en problemas y las miradas son, ineludiblemente, a ese descenso que no parece tan cercano como hace doce meses, aunque el camino trazado por el sufrimiendo es calcado. Pero si existe una cara que provoque el máximo enfado entre los sevillistas (en este caso, dos) es sin duda la de ver a su presidente y vicepresidente aguantando en el palco un bochorno tras otro. Y tras otro. Y tras otro. Abrigadetes, como correspondía al frío clima, y con la duda en el ceño. ¿Nos habremos equivocado (volumen IX)? Porque después de un derbi jugado de forma lastimosa y tras el más que bochorno, ridículo de Londres, había que defender la apuesta en el banquillo a capa y espada. No vaya a ser que por una vez se hubiesen equivocado a favor del Sevilla.

Que Diego Alonso no pierde en Liga (el argumento de la defensa es, cuanto menos, peregrino) se ha repetido cada pocos días en ese ime que supone siempre el parón de selecciones, que en el Sevilla en concreto se ha convertido en la mayor balsa de aceite posible. De lo que tanto se ha burlado el entorno sevillista en años atrás, de ese gusto por celebrar sólo los aspectos extradeportivos y no los resultados en la hierba, le está dando en la cara con cierta saña. Porque ver al conjunto de Nervión competir es un ejercicio de masoquismo llevado a la enésima potencia. Un disgusto anunciado que, según el momento del fin de semana que coja al aficionado, le arruina en mayor o menor medida sus jornadas de asueto. A nadie le sorprendió ese 1-0 que se tragaba el portero. La derrota era esperada. O que el equipo fuese un trapo en el primer periodo. Sólo pelea cuando está medio muerto. Apelar sólo a la honra es absurdo. Porque no puede ni debe ser lo único a lo que agarrarte. No en este Sevilla. Hacer cuatro cositas bien durante 15 minutos o media hora no vale.

Encima, todo ese asunto de la guerra accionarial les ha venido de perlas a los que supuestamente están siendo atacados en los juzgados (se ven indestructibles en este otro juego) para así capear el temporal en días sin fútbol. Desviar el foco hacia el malo malísimo (Del Nido padre), filtrando documentos privados o desvelando de forma pública ciertos secretos en las desgastadas relaciones familiares, que encima ya conocía la mayoría del sevillismo. No deja, sin embargo, de haber gente que compra este discurso, mientras exista una mano amiga que lo venda. Como si en la batalla dentro del comando que diseñó el pacto por la pasta, que terminará destruyendo al Sevilla, hubiese que elegir un bando y dar la cara por él. Las conciencias... Y las caras. Esas de duda y de señalar de aquí a unos días y sin disimulo (próximas declaraciones) que se hizo caso al criterio único de un director deportivo que, visto lo visto, no midió bien los tiempos para esa personalísima apuesta en el banquillo. Quizás desde la distancia, ese brillo de los títulos no le haya dejado ver en qué se ha convertido el Sevilla. El del día a día. El que se pone de espaldas a sus aficionados más fieles. El que despilfarra recursos pese a las continuas clasificaciones en Champions. El que glorifica al héroe cuando ya no es un oponente. El que desprecia a la élite que te ha llevado de la mano junto a las estrellas. Víctor recordaba posiblemente esos años (algunos también difíciles) donde siempre había una salida. De un modo u otro, el Sevilla llegaba a puerto. Y eso mismo pensarán los que, equivocación tras equivocación, se han visto en Budapest hace un cuarto de hora. Como si una fuerza mística rescatase siempre el Sevilla. No lo hará. No siempre. Es como si un adulto mira la magia navideña con los ojos de los ocho años. No es un juego de niños. Y pobre del que crea que el Sevilla no puede bajar. Torres más altas han caído. Un año es un tropiezo. Dos, inercia. Y las más pesadas son las imposibles de detener.

En lo deportivo, ¿hizo el Sevilla su peor partido en San Sebastián? Posiblemente no. Se le vio mejor que en Cádiz o Vigo. Menos desbordado. Le llegaron los goles por donde nunca deberían. Y los de siempre dando la cara. Que si Rakitic, Ocampos, la aparición de Pedrosa o el día que a Óliver le piden que juegue a dos toques. Porque si lo de Diego Alonso ya suena al mayor castañazo en la elección de un entrenador que se recuerde por el Sánchez-Pizjuán (como no le gane a PSV o Villarreal...), los fichajes de este verano tampoco están para tirar cohetes. Pinceladitas insuficientes. Lukebakio empeora cada ataque, haciendo alardes jordanescos de yo, mi, me, conmigo. Mientras Sow ha desaparecido de las alineaciones como hace de los propios partidos. Jugadores de alto nivel individual al que sus entrenadores no han sabido calzar en el colectivo. Quizás por eso, Mendilibar iba con tiento. Pero había que cesarlo rapidito porque no era lo que el Sevilla necesitaba. El caché era insuficiente en Champions. Anticuado y ganaba poco. Poco suena a oasis en el desierto. Mucho peor es nada o nunca. El cambio se describe por sí solo.

Y otra semana más hablando de los males del Sevilla. Con lo cómodo (pensarán muchos) que se estaba en un fin de semana sin fútbol, de esos que juega una selección que sólo ves si te la encuentras en televisión. Porque la cara es el espejo del alma. No miente. De cabreado se pasa a preocupado, hasta que llega el abatimiento, la desazón. Como esos últimos diez minutos ante el Betis, tras el 1-1, que apenas se animó desde la grada. En esa separación entre equipo y grada que sólo conduce al desastre. Todo es miedo e incertidumbre. Y lo que se ve en la hierba tampoco miente. Un equipo con un patrón de juego que no le hace ser competitivo. No domina las áreas (porteros de regulares para abajo y delanteros no definitorios) y se dedica a regalar situaciones de contragolpe cada vez que gira el juego. Nada de cara. Siempre de espaldas. Equivocando el camino. ¿Hasta cuándo? Hasta que alguien caiga en el error. O, mejor, se señale al culpable. La siguiente seguro que es la buena. Seguro. Que el ángel de la guarda del Sevilla no se despiste demasiado este año o tenga la agenda excesivamente repleta, por lo que pudiera ser...

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