GOLF
Masters Augusta

La melodía final del último de los 'fab five', la banda de Seve

Bernhard Langer, el único integrante de las leyendas europeas de los 80, jugó su última ronda en Augusta

Bernhard Langer (67) se despide del Masters de Augusta
Bernhard Langer (67) se despide del Masters de Augusta
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Un final cruel, siempre el maldito putt, terminó con la carrera de Bernhard Langer en el Masters de Augusta. El golfista alemán de 67 años puso fin a 41 ediciones en el grande más reconocido del mundo al fallar por un golpe el corte, tras cometer un bogey en el último hoyo. Tenía un putt de dos metros. Los agoreros recordaron que esa distancia, algo menos, la tuvo en 1991 para ganar la Ryder Cup en Kiawah y la falló por la derecha, como ocurrió en el 18 de Augusta. Pero por muchos malos recuerdos que florezcan su carrera, no terminada aún, sí en los grandes torneos, no es la de un perdedor. Sino todo lo contrario.

El último putt de Langer no sólo cerró una carrera en verde del golfista de Anhausen, ganador de dos chaquetas en 1985 y 1993. Concluye con él la andadura del grupo más aclamado de golfistas europeos de la historia. Los llamados 'Fabulous Five', nombre acuñado después de que todos ellos conquistasen la chaqueta verde en una horquilla de 11 años, entre 1980 (Severiano Ballesteros) y 1991 (Ian Woosnam). Nick Faldo y Sandy Lyle completaron la banda. En esas 12 ediciones conquistaron entre todos siete veces Augusta, tres Ryder Cups consecutivas y revalorizaron un deporte que languidecía en el continente hasta su llegada.

El alemán aún sigue siendo referencia en el Champions Tour, el circuito para mayores de 50 años. En noviembre pasado, después de haberse recuperado de una operación del tendón de Aquiles que le dejó fuera del Masters 2024, ganó su cuadragésimo victoria. Nadie ganó a esa edad, nadie ha sumado más títulos en la historia de la Liga. Ni más chequera. Su competitividad, la determinación con la que juega cada golpe atenta contra las leyes del discurrir humano. Como la fórmula para mantenerse en el mismo peso, 70 kilos, durante 40 años. Suma 125 victorias en su carrera.

Langer, con su singular putt, en la última jornada
Langer, con su singular putt, en la última jornada

"Ha sido una experiencia increíble para un joven nacido en un pueblo de 800 habitantes en una zona donde el golf no era popular. Llegar aquí, conseguir una invitación para jugar el Masters por primera vez cuando era extremadamente difícil para un jugador europeo o internacional y luego ganar el primer Masters a la tercera, fue un sueño hecho realidad. Es simplemente increíble", dijo el dos veces ganador de la chaqueta verde entre lágrimas cuando anunció el martes que sería su última edición.

Como suelen decir los ingleses, Langer no nació con una cuchara de plata.  En el recuerdo quedará siempre que fue el primer número 1 de la historia cuando en 1986 se estableció  el ránking mundial. Pero antes de eso, su vida había tenido muchas curvas. 

Nacido en una cocina, hijo de un albañil prisionero en la II Guerra Mundial -motorista mensajero- que saltó de un tren entre disparos del ejército ruso camino de Siberia, y que le enseñó a construir muros de ladrillo, considera un "milagro" que llegase tan lejos en la vida. Empezó como caddie a los 8 años en un campo a 13 kilómetros de casa. Iba en bicicleta y a los chicos les dejaban cuatro palos con las varillas dobladas para que practicasen. A los 12, después de renunciar a ir a un colegio que estaba tan lejos de su casa que tenía que ir en tren y arruinaba su idea de ser caddie, se compró con sus ahorros el primer juego de palos.

Langer inviste a Olazábal en 1994
Langer inviste a Olazábal en 1994Lenny Ignelzi

A los 15, acabada la enseñanza obligatoria, acudió con sus padres a una oficina de empleo. "Quiero ser golfista profesional", dijo. El funcionario le miró extrañado y, tras consultar un libro, le dijo que eso no existía. "Busca una profesión más decente", le espetó. A los pocos día recibió una oferta de trabajo como asistente profesional en el Club de Campo de Múnich. 

Se hizo profesional, aunque su carrera estuvo a punto de truncarse por problemas de espalda durante los 18 meses del servicio militar. Durmió muchas noches en un Ford Escort con los asientos estropeados que había comprado vendiendo ropa de segunda mano porque no se podía costear hoteles. Siendo promesa jugó una exhibición con Nicklaus en 1973 en Múnich. Lo hizo fatal. Incluso uno de los golpes pegó a una mujer. "Tiene corazón, pero le falta mucho camino por recorrer", pronosticó el 'Oso Dorado'.

Langer siempre ha sido un tipo aguerrido que se ha recuperado de los espasmos, los yips, que le arruinaron la carrera no dos, sino tres veces. "De eso es de lo que estoy más orgulloso", le dijo una vez a un escritor británico. "Porque sé que nadie lo ha hecho antes".

Langer, en un torneo en Madrid en los ochenta
Langer, en un torneo en Madrid en los ochenta

Esos yips, un trastorno neuromotor que sufren algunos golfistas incapaces de transmitir las órdenes del cerebro a las manos, a la hora de patear le hizo acudir al putter escoba. Ha sido el palo de la obsesión. Incluso antes de que llegasen los problemas. "Mi primer putter fue un modelo Blue Goose con una pequeña hendidura en la cabeza. Era un mágico, y rápidamente me convertí en el mejor posiblemente de toda Alemania. Un día, el putter desapareció. Revisé las bolsas de los socios y encontré en una mi Blue Goose con la hendidura. Pero no podía enfrentarme al socio; seguramente lo negaría todo y me despedirían. Así que me lo callé y nunca lo recuperé", contó a Gold Digest en 2019.

Tan curiosa es su evolución en el juego como en sus creencias. "Disfruté más la victoria de 1993, la segunda chaqueta, por conseguirla el Domingo de resurrección que la primera de 1985, cuando aún no era cristiano", contó a principios de siglo. Fue como una especie de redención a lo que había pronunciado cuando la primera chaqueta. "Dije algo así, como ¡Dios mío, no podía creer que estuviese cuatro golpes por detrás de Curtis Strange!" Y muchos me afearon que había tomado el nombre de Dios en vano. Dos semanas después de este lance, en Hilton Head, Langer abrazó la fe de la mano de otro golfista, Bobby Clampett.

Langer cuidó mucho su despedida. Escogió para la primera ronda un atuendo muy similar al que usó en 1985 cuando ganó su primera chaqueta. Todo de rojo. Larga vida a Bernhard.

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