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Un golpe en Augusta cambia el estado de ánimo. Justin Rose, ya 44 años, sin victorias desde hace más de dos, perdido en el puesto 39 del poco significativo ranking mundial, llegó al Masters sin confianza. Parecía un jugador al que se le había pasado la gloria, que la acarició especialmente en 2017, cuando Sergio García le birló un torneo que parecía para él.
Y tampoco parecía el elegido cuando en un jueves caluroso, con viento tolerable y greenes muy lentos, iba a dar el tercer golpe en el hoyo 1. Tenía un putt por delante de 7 metros cuesta abajo. De los que no se meten. Pero lo pegó con determinación y entró por el centro. Fue el primer birdie de una secuencia de tres, que cambiaron por completo el rictus del simpático inglés. "Y verme tres bajo par en el tercer hoyo me puso en marcha. Sentí que estaba jugando un golf excelente. Cuando me vi en apuros, sobre todo al principio del hoyo 5, emboqué un putt excelente para par y sentí que era mi día".
En el hoyo 10, antes del Amen Córner, ya estaba seis bajo par, cifra que disparó a ocho con el octavo birdie en la tercera andanada, cuando enlazó dos aciertos en el 15, que no estaba fácil con el nuevo green, y el 16. En el último hoyo, en el bosque donde perdió el desempate de 2017 con Sergio, volvió a visitar los árboles. La tuvo que sacar a la calle y cayó el único bogey del día. "Pero no es necesario explicarlo", dijo feliz.
Tiró 65 golpes como en 2021, el Masters que lideró tras los primeros 18 hoyos con cuatro golpes de ventaja y en el que acabó séptimo. Ahora son tres la diferencia que saca a Scottie Scheffler, el único golfista junto a Jason Day que jugó sin errores, Corey Conners -un canadiense para meter pimienta ahora que está la guerra arancelaria- y Ludvig Aberg, el nórdico que tiene la mesura como mantra, el lagom sueco, y una velocidad de palo maravillosa. Enchufó el primer birdie desde fuera y desde el hoyo 12 creció hasta igualar a cuatro bajo par.
El auge de Aberg se produjo en el tramo donde muchos de los que se habían asomado se despeñaron, como el inglés Rai, que en el 10 estaba en -4 y acabó en dos bajo par. O Colin Morikawa, tres bajo par tras el eagle del 13 y que terminó al par, como Joaco Niemann, obstinado en jugar desde el arroyo del 13 (par 5) un tercer golpe que no coronó y acabó en bogey. Pero ninguno sintió la crudeza de Rory McIlroy.
La estrella europea lleva más de 10 años sin ganar un grande. Y en el Masters ha vivido colapsos increíbles. Ninguno como el de 2011 cuando tiró 80 golpes en la última jornada. En las faldas del green del hoyo 15 estaba a tres golpes de Justin Rose, con cuatro bajo par. Y jugó un chip tan agresivo que acabó en el lago de la otra ladera. Doble bogey. Y dos hoyos después, otro mal approach derivó en otro feo doble bogey. El Augusta National, definitivamente, no es su mejor campo. Sólo ha jugado en la primera ronda dos veces por debajo de 70 golpes y la última vez fue hace siete años. Ni el mejor psicólogo encuentra respuesta.
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