La ciencia se abre paso hasta en los lugares más inesperados. En este sorprendente caso, todo comenzó a raíz de la buena vista de un pequeño crío de ocho años, Hugo. El niño miró con detenimiento una fila de hormigas que transportaban lo que parecían semillas de plantas, una imagen de lo más normal en el mundo animal.
Sin embargo, su padre se percató de un detalle muy interesante. Andrew Deans, profesor de entomología en Penn State, se fijó en que no eran semillas, sino que se trataba de agallas de las avispas, que buscaban de esta forma que sus larvas se desarrollasen en un lugar seguro.
De esta forma, se inició una investigación para conocer de cerca el proceso que llevó a las avispas a desarrollar esta técnica en la que encontraron protección y recursos para sus crías. La clave en este estudio está en el gusto de las hormigas en los ácidos grasos, que forman el recubrimiento de esas agallas de roble.
Cuando las hormigas se comen esa parte grasa, dejan el resto. Así, las larvas de las avispas permanecen ocultas. “Es sorprendente cómo estas estructuras imitan el perfil químico de los insectos muertos, una de las principales fuentes de alimento de las hormigas”, aseguró John Tooker, profesor de entomología de la Universidad de Pensilvania.
El análisis fue publicado en la revista The American Naturalist
“Esto debería hacernos reflexionar sobre lo mucho que aún no sabemos de los ecosistemas y la necesidad de conservar la biodiversidad”, subrayó Andrew Deans, que apuesta por la conservación de todo el entorno para favorecer y mantener este tipo de os entre los animales.
Una de las claves de este estudio es la asociación involuntaria que se va produciendo en unas redes tan complejas entre distintas especies. Los resultados de la investigación se publicaron en The American Naturalist.
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