En una noche en el Stade de , que ya forma parte de la memoria histórica del atletismo español como el de Montjuic con Fermín Cacho o el Olimpico de Río gracias a Ruth Beitia, Jordan Díaz se transformó a las 21.34 horas en oro. El joven que apostó todo por una vida mejor encontró el título olímpico. Se abrazó a Iván Pedroso, el genio, y también a Fatima Diamé y a la convalenciente Yulimar Rojas, con los que se entrena a diario en Guadalajara, en la mejor factoria de saltadores del mundo. Un salto de 17,86, en un concurso soberbio, le dio la gloria.
'Pom, pom, pom'. Con tres golpes secos, en homenaje a la manera de llamar la atención en el antiguo teatro francés, se abrió la sesión de Jordan Díaz, la penúltima en el Stade de y su pasillo morado. El brigadier no era otro que Jonathan Edwards, el plusmarquista de triple salto, anuncio involuntario de lo que iba a acontecer.
'Hop, step, jump' explican tipos como Iván Pedroso cuando tratan de describir al profano con la palma de la mano abierta y los dedos índice y corazón los tres apoyos en la prueba en la que un español se proclamó campeón olímpico por primera vez.
Pedro Pichardo, el portugués, con el que sostuvo un duelo de alta tensión hace dos meses en Roma en los Campeonatos de Europa, resuelto a favor de Jordan, empezó fuerte. Sin arriesgar nada, se dejó 23 centímetros en la tabla, saltó 17,79 para ponerse lider. Exigía una respuesta inmediata del español. Un puñetazo en la mesa para que su archienemigo notase su presencia. Igual que Batman con el Joker, Supermán con Lex Luthor, Jordan con Pichardo.
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Díaz, una cruz como pendiente en cada oreja, cadena de oro, pidió palmas al sector de la contrarrecta. Cuatro veces. Se activó e inició su carrera grácil, elegante, para acelerar hacia la tabla en la que apuró hasta 5,3 cm. A su aterrizaje lo siguió un estruendo, con la mitad del estadio pendiente de los 800 del heptatlón. Se midió 17,86. El cuarto salto más largo de la historia del olimpismo. Ya mandaba. "Así", gritó Pedroso en la grada.
Pichardo elevó el show en el segundo salto y se acercó un palmo, hasta 17,84. Se anunciaba una batalla fabulosa. Jordan, esta vez, tuvo una respuesta menor, 17,64. Por detrás achuchaban Andy Díaz, il saltadore de La Habana (17,63) y el jamaicano Hibbert (17,61), 19 años, llamado a librar duelos de leyenda con Díaz.
El español volvió al pasillo por tercera vez. Fue el salto con más concentración. Donde memorizó lo que Pedroso le recuerda. Que deje fluir el salto. Que salga su flow, como dicen ahora. Se dejó algo más en la tabla (10 cm), pero fue otro salto largo, de 17,85. Nunca en su carrera había iniciado un concurso con una secuencia tan alta.
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Ya en la repesca, cuando los saltadores se exponen en función inversa a la clasificación, el duelo pasó a ser más continuado. Acción-reacción, separados por apenas un minuto. Intentaban evitarse con la mirada. Pichardo no tuvo un buen cuarto salto y sí el español, que aterrizó apoyando un codo y se dejó unos centímetros (17,84). ¡Qué regularidad! El otro Díaz, el italiano, tocado, se había saltado dos turnos.
Pichardo renunció al quinto, para jugárselo todo en el siguiente. A una carta. Jordan estaba disfrutando de la competencia, como él le llama al concurso. Su quinto ni lo aterrizó, no obstante. Corrió y cayó de pie. Pero está tan en forma que hizo 17,25, salto con el que hubiese pasado a la repesca. El chico estaba ante el momento más importante de su carrera y, como en las tandas de penaltis, tenía dos oportunidades. Que el portugués fallara o que él superase su exigencia. Había acabado el 10.000, con la victoria de Chebet, y ya todas las miradas iban al foso. Pichardo atacó el pasillo con determinación. Es un soberbio competidor. Pero se quedó en 17,81, el oro era de Jordan.
