lunes, 25 julio 2011, 13:42
Cuaderno sencillo de una Copa (VII) 1k2uu
Uruguay ganó a lo grande. Jugando su mejor partido en la finalísima, cuando aparentemente la tensión puede atenazar al que no está tan acostumbrado a pelear títulos. Pero los once gladiadores de Tabárez poseían un bagaje transmitido: su experiencia no se basaba tanto en las propias vivencias como en las de sus heroicos antepasados, los que empezaron a construir un récord de victorias inverosímil para un país tan diminuto en la competición de selecciones más longeva del planeta. Esa herencia era aún más evidente en el entusiasmo de un Forlán pletórico, absolutamente consciente de que se encontraba ante el gran día de su carrera, empujado por el ejemplo de su padre y de su abuelo, también campeones de América. Sacrificado a lo largo del torneo para convertirse en lo más parecido al enganche que Uruguay no tiene, explotó en su apartado favorito, el goleador, el día señalado. Sus tantos, tan característicos, tanta mezcla de talento y raza, fueron los gritos de la confirmación. Los que anunciaron, ya a los cuatro vientos, que el campeón sería celeste.