Le leí al infravalorado -y por mi irado- director de cine Isaki Lacuesta algo así como que es injusto considerar un corto como algo distinto a una película, porque del mismo modo estaríamos separando los geniales cuentos de Borges de la categoría de la gran literatura. Trasladando esta idea al fútbol, hoy hemos asistido al mejor ejemplo de cómo se puede firmar un partido antológico, uno de los mejores de cualquier jugador en una liga, uno de los mejores de un jugador en su carrera, disputando sólo 27 minutos. Adornado además con tintes épicos: el gran capitán aquejado de problemas físicos llega justo al duelo directo y sólo empieza desde el banquillo; acude al rescate, decanta la balanza por dos veces con acciones prodigiosas, se deja parte de su físico en su heroicidad y sale aclamado por las masas cuando vuelve al lugar del merecido descanso, abandonando una función que él ha levantado con su maestría de otra galaxia. El protagonista de esta hazaña, un clásico de este blog, un clásico de este tiempo: Cesc Fàbregas Soler. ¿Cuántos partidos suyos habré visto, cuánto sabré de lo que es capaz, y sin embargo, cómo otra vez me ha vuelto a asombrar, me ha vuelto a maravillar, me ha vuelto a sorprender su inagotable capacidad de superación?

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Tras media semana intentando desconectar y en la que me he dado cuenta de algunas cuestiones (1. cuando no hay fútbol tengo demasiado tiempo para pensar, so let's football start again; 2. ahora al gin-tonic le ponen pepino en vez de limón, y aunque la camarera me dijera que no se nota su sabor, lo acabé odiando; 3. la Navidad es ese período en el que se estrenan el mayor número de películas con bichos raros -zombies, monstruos, avatares y amantes de avatares, renos que vuelan, etc...-), tras media semana intentando desconectar, decía, el fútbol ha vuelto. Viva el Boxing Day. Amo esa extraordinaria combinación que consiste en tomar un café mientras lees el live-chat de la BBC, hablar sobre las alineaciones que sacan los entrenadores, sobre los posibles penaltis, sobre las declaraciones de las ruedas de prensa... Y pese a este break que ha parecido eterno, la vida no ha cambiado demasiado: los grandes siguen dejándose puntos y las portadas las sigue ocupando el Manchester City. Nos fuimos de vacaciones con el cese de Mark Hughes y volvemos con el debut triunfante de Roberto Mancini. Y no ha habido ni un solo día en el que algún entrenador de la Premier no haya defendido al técnico galés, humillado por su directiva tras ser el que menos partidos ha perdido -aunque, dígase también, tras haberse alejado demasiado del título, el objetivo que, por plantilla, le correspondía a su equipo-. Pero Mark, por el que siento absoluta simpatía y al que sigo considerando un buen entrenador -lo demostró en Blackburn y con su selección-, es ya historia en esta campaña apasionante -a no ser que, no lo puede descartar nadie, lo fiche otro club-. Así que centrémonos en lo que es presente. En algunos detalles que nos ha dejado la jornada del mítico, glorioso, afortunadamente existente 26 de diciembre.

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Ganarlo todo: un sueño. Ganarlo todo con el club al que amas desde que eres un niño: un sueño doble. Ganarlo todo con el club al que amas desde que eres un niño siendo su máximo responsable técnico, el autor que firma el proyecto: un sueño triple e insuperable. Pep Guardiola ha logrado en un año y medio como entrenador en el fútbol de primer nivel lo que nadie ha conseguido en extensísimas carreras. Es un superdotado, la respuesta a la aplicación de la inteligencia superior al fútbol. Un valiente que se atrevió a apostar de entrada por dos jugadores de tercera división pese al enorme salto que hay entre una categoría y otra. Perdió en Soria y empató en casa ante el Rácing, lo tacharon de iluminado y no se echó para atrás. Perseveró, confió en sus ideas, nunca dudó. Y no es casual que su camino hacia las seis copas esté repleto de remontadas en partidos clave: el 2-6, la final de Copa, Stamford Bridge, Abu Dhabi... Sólo tendrás fortuna si nunca te rindes. Sólo serás una leyenda si consigues lo más difícil: creer en ti sin creerte nada. Poseer seguridad sin convertirla en prepotencia. Conjugar confianza y humildad. Fe en los compañeros y respeto al rival. Competitividad máxima y deportividad impoluta. Y la gran clave: impermeabilidad ante el elogio, una lucha feroz contra la complacencia. Leer artículos beatificantes y levantarse pronto de nuevo la mañana siguiente porque queda mucho por hacer. Renunciar a los homenajes porque hay un rival que estudiar y una hora de viaje es una hora que no se invierte en conocer los puntos débiles que te harán ganar. Olvidarse de la victoria de ayer para volver a desear la victoria de mañana con la misma sed, pero sin olvidar que todo lo que se hizo bien ayer te hará fuerte para mañana. Y tantas cosas.

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Es cierto que el sorteo de la Champions ha sido benévolo para los equipos españoles, aunque percibo una euforia desmedida entre los aficionados del Madrid -y, más sorprendente aún, también en algunos de sus representantes- por haber quedado emparejados con el Olympique de Lyon. Es cierto: el cuadro galo perdió la temporada pasada el título que había levantado los siete años anteriores, Claude Puel está siendo discutido porque está sacando de nuevo menos puntos de los esperados y ya no están ni Benzema ni Juninho Pernambucano. Sin embargo, sigue siendo un equipo fuerte, un equipo construido para intentar llegar lejos en Europa, un equipo que eliminó al Liverpool tras ganarlo en Anfield y un equipo que volvió a fichar de maravilla este verano (Gomis, Michel Bastos, Lisandro López, Cissokho). Inferior al Madrid, pero nunca un rival fácil. Será un duelo entre estilos parecidos, entre dos conjuntos con más pegada que juego, con más capacidad para golpear que para dominar. La ventaja merengue es su superioridad defensiva, incluso tras la lesión de Pepe. El Lyon no tiene profundidad de plantilla atrás y prácticamente no posee recambios para sus titulares. De hecho, en Liverpool acabó jugando con Toulalan y Gonalons, dos medios centros, como pareja de centrales. Ahí es donde debe haber más diferencia. Pero apetece enormemente ver una eliminatoria que enfrentará a dos de los mejores porteros del panorama mundial -uno que lleva años en la elite, Casillas, contra uno que se acaba de instalar en ella, Lloris-, a dos de los mejores chutadores del mundo -Cristiano contra Bastos-, a dos de los aspirantes a ocupar la delantera de Argentina en el Mundial -Higuaín y Lisandro- y que además deberá medir el grado de madurez de uno de los centrocampistas que más ha progresado en los últimos doce meses, Miralem Pjanic.

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Creo que todos teníamos claro que el partido se le iba a hacer eterno al Atlante, pero es innegable que la emoción del primer tiempo convirtió la semifinal entre los mexicanos y el Barça en un duelo mucho más tenso de lo que la mayoría imaginábamos. Mejor así: crece de nuevo la imagen del torneo, con dos semifinales que no han sido los monólogos que se presumían -en realidad, en cuanto a posesión, sí hubo monólogo en la segunda, pero la incertidumbre se mantuvo durante tantos minutos que sería bastante incierto decir que no hubo partido-. El conjunto de Cancún tuvo su inicio soñado, incluso con una clarísima ocasión para el 0-2 que increíblemente falló Navarro -¿qué habría pasado si le hubiera caído a Bermúdez?-, pero noventa minutos son tantos que incluso esa ventaja habría sido probablemente escasa. Guardiola tiene razón: puede ganar o perder, pero el balón siempre es de su equipo. Habían prometido los representantes de la CONCACAF que saldrían con los mismos. Y sí, salieron con los mismos. Pero con los roles disfrazados. Si Arreola y Navarro fueron carrileros largos ante el Auckland, contra el campeón de Europa se vistieron de laterales precavidos. Si Rojas y Bermúdez actuaron como extremos el sábado, su miércoles tuvo como tarea principal la colaboración defensiva formando en los costados pero en la línea de los medios centros. O sea, la demostración más perfecta de cómo un 3-4-3 se puede transformar en un 5-4-1. No es magia, es el poder de los maestros del balón, aquellos que no te lo dejan tener porque saben más que tú. En la previsible remontada, un elogio a los pasadores: en el gol de Messi fue maravilloso lo que hizo Ibrahimovic; en el de Pedro, Iniesta nos recordó de nuevo qué significa tocar profundo. Ah, que no se me olvide. En la media hora en la que el Atlante sobrevivió y soñó, me volvió a gustar bastante el medio centro, el Chicharo González. 30 años, un solo partido como internacional. En este Mundial me ocurren estas cosas: en el Pohang Steeleres ya os conté que me encantó Kim Jae-Sung. 26 años, jamás convocado por Corea.

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Parece que este año tampoco se romperá el binomio UEFA-CONMEBOL en la final del Mundial de Clubes. No era la temporada más propicia para ello, ya que el campeón africano era inferior al de anteriores campañas. Pohang Steelers, un buen equipo desde un punto de vista táctico y técnico, ha caído con un marcador digno ante Estudiantes de la Plata y ha vuelto a demostrar que las distancias en el juego son mucho menores que en el índice de reconocimiento de los nombres. Ocurrirá un día que un asiático, un africano o un representante de la CONCACAF se meterá en la final y acabará de una vez por todas con el discurso de aquellos que siguen sin entender por qué este torneo se ha abierto al mundo, por qué se ha democratizado, por qué ha dejado de ser un privilegio concedido a los dos continentes más fuertes por su condición aristocrática. Entonces, quizá sólo entonces, quizá sólo cuando un Esperance de Tunis o un Jubilo Iwata le vaya ganando 1-0 al Manchester United o a Boca Juniors, nos daremos cuenta de lo brillante que fue esta idea de la FIFA. De lo que contribuyó a desarrollar un fútbol para todos en el que todos puedan ganar. Pero aún queda. No tanto. Es afortunadamente inevitable.

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No voy a mentir: no he seguido el Apertura 2009 como me hubiera gustado -los Mundiales sub-17 y sub-20 en el mismo semestre, en medio de tantos otros campeonatos, me han obligado a priorizar-, así que no me atrevo a pronunciarme sobre la justicia del título de Banfield. Sin embargo, me fío de mis amigos que sí han visionado prácticamente todo el torneo (Ariel Judas, Nicolás Nardini, Simon Hanley) y que me cuentan que quizá Vélez fue el que mejor jugó, que probablemente Estudiantes lo habría ganado de no haber tenido el Mundial de Clubes como distracción en el horizonte y que, entre los dos que quedaron al final para la definición, Banfield fue superior a Newell's de forma clara. Así que bienvenido sea el título del Taladro, que tiene esa magia especial de las primeras veces, una sensación de felicidad irrepetible.

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No enamoró, no hizo un homenaje al fútbol combinativo y probablemente no convenció a ninguno de sus críticos -aquellos que no lo sitúan como candidato real al título de la Champions-. Pero el Inter ganó en una finalísima que tenía más peligro del que el nombre del rival aparentaba. Jugaba contra el Rubin, pero se enfrentaba también a la ansiedad, a la presión terrible de volver a fracasar en Europa demasiado pronto, a la amenaza de una tormenta furibunda sobre su técnico en caso de debacle. Y ganó por pegada. Dándole la razón a José Mourinho, que sacó el equipo más golpeador que podía alinear. Nunca buscó dominar. Buscó contundencia y ganó por contundencia. Metió en el mismo once a Balotelli, Eto'o, Milito, Sneijder, Stankovic y Motta. Tres delanteros puros, un media punta claro y dos centrocampistas de gran recorrido y una llegada notable. O sea, el máximo posible de elementos con capacidad goleadora. Y ganó justamente por eso: por tener gente que no duda ante un balón suelto en el área, por tener a un atrevido que chuta una falta con toda la convicción del mundo desde su casa.

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Fue un baño. Es fácil decirlo con el respaldo del marcador final (1-4), pero creo que si nos hubiéramos reunido unos cuantos aficionados neutrales en el descanso habría habido unanimidad: también entonces, con 1-1, estaba siendo un baño. Un baño con un paréntesis: el golazo de Trezeguet a pase de Marchisio tras robo de Diego. Y nada más. El Bayern fue superior a la Juve en todos los sectores del campo. Más llamativo aún: dominó la zona central pese a estar en teórica inferioridad numérica en esa parcela (Schweinsteiger-Van Bommel contra Melo-Marchisio-Camoranesi), mostrando una capacidad formidable para atacar y defender en bloque. El conjunto de Van Gaal experimentó una mutación notable: si el viernes ante el Gladbach concedió infinidad de oportunidades y pareció incapaz de detener los contragolpes rivales, en Turín, con el mismo once idéntico, prácticamente no pasó apuros. Es más: contagió esa desesperante nulidad en la transición defensiva a la escuadra de Ferrara, que se partía una y otra vez. A los doce minutos ya se observaba una diferencia abismal. Luego podía pasar cualquier cosa, porque a veces no ganan los mejores. Pero esta vez sí. El Bayern mandó, ganó y convenció. Y lo hizo sin Toni, sin Klose, sin Ribéry y limitándose a sacar a Robben veinte minutos (¡veinte minutos de placer!, ¿qué sería de este futbolista tan desequilibrante si pudiera gozar de plenitud física?). Este 1-4 del Comunale debe marcar el punto de inflexión en la temporada del Bayern, tremendamente irregular hasta ahora, capaz de combinar actuaciones desastrosas con algunas otras que ya insinuaban su capacidad para aspirar a la perfección. Si yo fuera un primero de grupo, no lo querría como rival en octavos.

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Entre quedarse fuera en la primera ronda y ganar el campeonato hay un mundo. Y al mismo tiempo, tan poco. El Liverpool puede asegurarlo: en la 2004-2005, pasó la fase inicial gracias a un gol de Gerrard en los últimos minutos del sexto partido y acabó levantando la copa. Ahora está fuera, y seguro que si lo dejaran continuar se sentiría con el potencial suficiente para pelear el título. Así que, por muy amenazados que estén los equipos que entre el martes y el miércoles se juegan su futuro, no debemos descartarlos. Juventus-Bayern: cualquiera de los dos podría ganar la Champions (¿o alguien se jugaría mucho dinero a que no?), uno de los dos estará fuera mañana a esta hora. Alguien dijo que las liguillas restaban emoción, pero por fortuna hay ocho grupos: alguno estará sentenciado, pero siempre nos quedará aquel que garantiza tensión competitiva hasta el final. Juventus-Bayern, me cuentan que es la final del Bernabéu y me lo creo. Y no: Juventus-Bayern, es la final de la simple supervivencia.

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